“...¿Por
qué el amante quiere ser amado? Si el Amor, en efecto, fuera puro deseo de
posesión física, podría ser en muchos casos fácilmente satisfecho. Sin embargo,
(aún en una situación de total encierro y dependencia material), el amante se
encontraría roído por la preocupación. La amada escapa al amante, aun cuando la tenga al lado, por
medio de su conciencia, y por eso él no conoce tregua sino cuando la contempla
dormida. Es cierto, pues, que el amor quiere cautivar la “conciencia”. Pero
¿por qué la quiere? ¿Y cómo?
La noción de
“propiedad”, por la cual tan a menudo se explica el amor, no puede ser primera,
en efecto. ¿Por qué iba a querer apropiarme del prójimo sino, justamente, en
tanto, que el Prójimo me hace ser?
El prójimo guarda un secreto: el secreto de lo que soy. Me hace
ser, por eso mismo, me posee. El prójimo
me capta como objeto en medio del mundo.
La libertad
ajena es fundamento de mi ser. Pero, precisamente porque existo por la libertad
ajena, no tengo seguridad ninguna, estoy en peligro en esa libertad; ella
modela mi ser y me hace ser. En este sentido, el amor es conflicto.
Querer ser
amado implica querer apoderarnos de la libertad del otro en tanto que tal. Y no
por voluntad de poder: el tirano se ríe del amor; se contenta con el miedo. Si
busca el amor de sus súbditos, es por política; y, si encuentra un medio más económico de someterlos, lo
adopta enseguida. Al contrario, el que quiere que lo amen no desean el sometimiento del ser amado. No
quiere convertirse en el objeto de una pasión desbordante y mecánica.
No quiere
poseer un automatismo y, si se quiere humillarlo, basta hacer que se represente la pasión del ser amado como el resultado de un determinismo
psicológico: el amante se sentirá desvalorizado en su amor y en su ser. Si
Tristán e Iseo están enloquecidos por un filtro, interesan menos; y llega a
suceder que un sometimiento total del ser amado mate el amor del amante. Así
el amante no desea poseer al amado como se posee una cosa; reclama un tipo especial de
apropiación: quiere poseer una libertad
como tal.
Pero, por otra
parte, no podría sentirse satisfecho con esa forma eminente de la libertad que
es el compromiso libre y voluntario. ¿Quién se contentaría con un amor que se
diera como pura fidelidad a la fe jurada?
El amante
quiere ser amado por una libertad y reclama que esta libertad, como libertad,
ya no sea libre. Quiere a la vez que la libertad del Otro se determine a sí
misma a convertirse en amor y, a la vez, que esa libertad sea cautivada por
ella misma, que se vuelva sobre si misma, como en la locura, como en los
sueños, para querer su propio cautiverio.
En el Amor, el
amante quiere ser “el mundo entero” para el ser amado. Quiere ser el objeto en
el cual el otro encuentra su ser y su razón de ser. Que la libre decisión de
amarme tomada anteriormente por el ser amado se deslice como móvil hechicero en
el interior de su libre compromiso presente. Así, querer ser amado es
querer obligarlo a re-crearnos perpetuamente como la condición de una libertad
que se somete y se compromete...”
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