miércoles, 15 de febrero de 2012

... psicoanálisis: el caso: "Anna O." según Freud...

           


“...La paciente del doctor Breuer, una muchacha de veintiún años y de excelentes dotes intelectuales, presentó en el curso de su enfermedad, que duró más de dos años, una serie de perturbaciones físicas y psíquicas merecedoras de la mayor atención.
Padecía una parálisis rígida de la pierna y brazo derecho, diversas alteraciones de la visión, intenso nerviosismo, repugnancia a los alimentos, y una vez, durante varias semanas, incapacidad de beber, a pesar de la ardiente sed que la atormentaba.
Sufría, por último, una minoración de la facultad de expresión, que llegó hasta la pérdida de la capacidad de hablar y entender su lengua materna (el idioma alemán), añadiéndose a todo esto estados de “ausencia”, enajenación, delirio y alteración de toda su personalidad.
Cuando un tal cuadro patológico se presenta en un individuo joven del sexo femenino, cuyos órganos vitales internos (corazón, riñón) no muestran anormalidad ninguna, pero que ha pasado por violentas conmociones anímicas, entonces los médicos  no atribuyen una extrema gravedad al caso y afirman que no se trata de una dolencia cerebral orgánica, sino de aquel misterioso estado conocido desde el tiempo de los griegos con el nombre de histeria, y que puede fingir toda una serie de síntomas de una grave enfermedad, que según consta en el historial clínico de la paciente le atacó en ocasión de hallarse cuidando a su padre, al que amaba tiernamente, en la grave dolencia, que le llevaría al sepulcro. A causa de su propio padecimiento tuvo la hija que separarse de la cabecera del querido enfermo.
Pero con el diagnóstico de la histeria, varía muy poco la situación del enfermo, más, en cambio, se transforma esencialmente, la del médico. Es fácil observar que éste se sitúa ante el histérico en una actitud `por completo diferente de la que adopta ante el atacado de una dolencia orgánica, pues se niega a conceder al primero igual interés
  que al segundo, fundándose en  que su enfermedad es mucho menos grave, aunque parezca aspirar a que se le atribuya una igual importancia. Al médico, al que sus estudios han dado a conocer tantas cosas que permanecen ocultas a los ojos de los profanos, ante las singularidades de los fenómenos histéricos, toda su ciencia y su cultura anatómica-fisiológica y patológica le dejan en la estacada.
No llega a comprender la histeria y se halla ante ella en la misma situación que un profano, cosas todas que no pueden agradar a nadie que tenga en algún aprecio su saber. Los histéricos pierden, por lo tanto, la simpatía del médico, que llega a considerarlos como personas que han transgredido las leyes de su ciencia y adopta ante ellos la posición del creyente ante el hereje. Así, los supone capaces de todo lo malo, los acusa de exageración, engaño voluntario y simulación y los castiga retirándoles su interés.
No mereció, por cierto, el doctor Breuer este reproche en el caso que nos ocupa. Le dedicó a Ana todo su interés y toda su simpatía. Había observado que la paciente en sus estados de “ausencia” (“absence”) y alteración psíquica acostumbraba murmurar algunas palabras que hacían el efecto de ser fragmentos arrancados de un contexto que ocupaba su pensamiento.
Sumiendo a la enferma en una especie de hipnosis, se las repitió para incitarla a asociar algo a ellas. Así sucedió, en efecto, y la paciente reprodujo ante el médico las creaciones psíquicas que la habían dominado en los estados de ausencia y se habían revelado fragmentariamente en las palabras pronunciadas. Tratábase de fantasías hondamente tristes   y a veces de una poética belleza – sueños diurnos- podríamos llamarlos, que tomaban, en general, su punto de partida de la situación de una muchacha junto al lecho en que yacía su padre enfermo.
Cuando la paciente había relatado de este modo cierto número de tales fantasías, quedaba como libertada de algo que la oprimía y retornaba a la vida psíquica normal. Este bienestar, que duraba varias horas, desaparecía de costumbre al día siguiente. La misma paciente dio al nuevo tratamiento el nombre de “talking cure” (“la cura por la charla”) y lo calificó, en  broma, de “chimney sweeping” (“limpieza de chimenea”).
Por dicho método, se logró hacer cesar determinados síntomas siempre que en la hipnosis recordaba la paciente, entre manifestaciones afectivas, con qué motivo y en qué situación habían aparecido los mismos por vez primera. Les daré un ejemplo.
Había habido durante el verano una época de intensísimo calor y  la paciente tomaba en su mano el ansiado vaso de agua, y en cuanto lo tocaba con los labios lo apartaba de sí, como atacada de hidrofobia, viéndose que se hallaba en esos segundos, en estado de ausencia.
Comenzó a hablar un día, en la hipnosis, de su institutriz inglesa, a la que no tenía gran afecto, y contó con extremadas muestras de asco que había visto que el perrito de la inglesa, un repugnante animalucho, estaba bebiendo agua en un vaso, más no queriendo que la tacharan de descortés e impertinente, no había hecho observación ninguna. Después de exteriorizar enérgicamente en este relato aquel enfado, que en el momento en que fue motivado tuvo que reprimir, demandó agua y bebió sin dificultad una gran cantidad y despertó de la hipnosis con el vaso en los labios. Desde ese momento desapareció por completo la perturbación que le impedía beber.
Nadie había hecho cesar aún por tal medio un síntoma histérico, ni penetrado tan profundamente en la inteligencia de su motivación. Casi todos los síntomas se habían originado como residuos o precipitados de sucesos saturados de afecto o, según los denominamos posteriormente, “traumas psíquicos” y el carácter particular de cada uno se hallaba en relación directa con la escena traumática a la que debía su origen Empleando la terminología técnica, diremos que los síntomas se hallaban determinados por aquellas escenas. En la mayoría de los casos se trataban de numerosos y análogos traumas que se unían para producir tal efecto.
Toda esta cadena de recuerdos patógenos tenía entonces que ser reproducida en orden cronológico y precisamente inverso, para llegar al primer trauma, con frecuencia el de más poderoso efecto.
Relata Breuer que las perturbaciones ópticas de la paciente provenían de situaciones tales como las de que hallándose con los ojos anegados de lágrimas, junto al lecho de su padre, le preguntó éste de repente qué hora era, y para poder verla forzó la vista, acercando mucho a sus ojos el reloj, cuya esfera le pareció entonces de un tamaño extraordinario, esforzándose en reprimir sus lágrimas para que el enfermo no las viera.
Todas las impresiones patógenas provenían, desde luego, de la época durante la cual tuvo que dedicarle a cuidar a su padre. Les daré otro ejemplo, del mismo caso.
Una vez despertó durante la noche, llena de angustia por la alta fiebre que presentaba el enfermo y presa de excitación por la espera de un cirujano que para operarle  había de llegar desde Viena. Ana se hallaba sentada junto a la cama, con el brazo derecho apoyado en el respaldo de la silla.
Cayó en estado de sueño despierto y vio cómo por la pared avanzaba una negra serpiente, que se disponía a morder al enfermo. ( Es muy probable que en la pradera que se extendía tras la casa existieran algunas culebras de este género, cuya vista hubiera asustado a la muchacha en ocasiones anteriores y suministrase el material de la alucinación ). Ana quiso rechazar el reptil, pero se sintió paralizada; su brazo derecho, que colgaba por encima del respaldo de la silla, había quedado totalmente “dormido” anestesiado y paralizado, y cuando fijó sus ojos se transformaron los dedos en pequeñas serpientes, cuya cabezas eran calaveras (las uñas).
Probablemente intentó rechazar al reptil con su mano derecha paralizada, y con ello entró la anestesia y parálisis de la misma en asociación con la alucinación de la serpiente. Cuando ésta hubo desaparecido quiso Ana, llena de espanto, ponerse a rezar, pero no le fue posible hablar palabras en ningún idioma, hasta que recordó una oración infantil que en inglés le habían enseñado, quedando desde este momento imposibilitada de pensar o hablar sino en tal idioma.
Con el recuerdo de estas escenas en una de las sesiones de hipnotismo cesó por completo la parálisis rígida del brazo derecho y quedo conseguida la total curación.
Podremos resumir los conocimientos adquiridos en la siguiente fórmula: los enfermos histéricos sufren de reminiscencias. Sus síntomas son residuos y símbolos conmemorativos de determinados sucesos ( traumáticos ). No sólo recuerdan dolorosos sucesos ha largo tiempo acaecidos, sino que siguen experimentando una intensa reacción emotiva ante ellas; a los histéricos les es imposible libertarse del pasado y descuidan por él la realidad y el presente. Tal fijación de la vida psíquica a los traumas patógenos es uno de los caracteres principales y más importantes, prácticamente, de la neurosis.
Hay que resaltar el hecho de que la enferma de Breuer tuvo que reprimir, en casi todas las situaciones patógenas, una fuerte excitación, en lugar de procurarle su normal exutorio por medio de la correspondiente exteriorización afectiva en actos y palabras.
Al reproducir estas escenas bajo hipnosis, se exteriorizó con singular violencia, como si hasta aquel momento hubiese estado reservando y aumentando su intensidad el afecto en ellas inhibido.
Por último, se comprobó que el recuerdo de la escena traumática, provocado en el tratamiento, resultaba ineficaz cuando por cualquier razón, tenía lugar sin exteriorizaciones afectivas. El destino de estos afectos, que pueden considerarse como magnitudes deplazables, era, por tanto, la que regía así la patogénesis como a la curación.
Tales efectos impedidos de su normal exteriorización, en parte sufrieron una transformación en inervaciones e inhibiciones somáticas anormales, que vienen a constituir los síntomas físicos del caso. Este último proceso ha sido denominado por nosotros conversión histérica. Cuando una corriente afluye a dos canales tendrá siempre lugar una elevación de nivel en uno de ellos, en cuanto en el otro tropiecen las aguas con algún obstáculo.
Observaréis que nos hallamos en camino de llegar a una teoría puramente psicológica de la histeria, teoría en la cual colocamos en primer término los procesos afectivos.
En los estados de enajenación, no sabía nada de las escenas patógenas ni de su relación con sus síntomas. Durante la hipnosis se conseguía, no sin considerable trabajo, hacer volver a su memoria tales escenas, y por medio esta labor de hacerla recordar de nuevo se lograba la desaparición de los síntomas.
En el mismo individuo son posibles varias agrupaciones anímicas, que pueden permanecer hasta cierto punto independientes entre sí, que no “saben nada” unas de otras y que atraen alternativamente la conciencia. Originan éstos afectos reprimidos un inusitado producto: el síntoma.
Allí donde perdura un síntoma hallase también una amnesia, una laguna del recuerdo, y el hecho de cegar esta laguna lleva consigo la desaparición de las condiciones de origen del síntoma...”

·        Extracto de la primera conferencia pronunciada por el Dr. Sigmund Freud en 1909 en la Clark University ( E. E. U. U. ), cuya extensión original se encuentra en el texto de Freud: Psicoanálisis, Bs: As., Ed. Hyspamérica, 1988.




                   

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