Introducción; A partir del juicio que en 1961 se llevó a cabo
contra Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS y uno
de los mayores criminales de la historia, Hannah Arendt estudia en este ensayo
las causas
que
propiciaron el holocausto...
EICHMANN EN JERUSALÉN.
INFORME SOBRE LA BANALIDAD DEL MAL (1963)
El proceso a Eichmann |
"…Otto
Adolf Eichmann (… ) detenido en un suburbio de Buenos
Aires, la noche del 11 de mayo de 1960, y trasladado en avión, nueve días
después, a
Jerusalén, compareció ante el tribunal del distrito de Jerusalén el día 11 de
abril de 1961, acusado de
quince delitos, habiendo cometido, «junto con otras personas», crímenes contra
el pueblo
judío, crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra, durante el período
del régimen nazi, y,
en especial, durante la Segunda Guerra Mundial. La Ley (de Castigo) de Nazis y Colaboradores
Nazis de 1950, de aplicación al caso de Eichmann, establecía que «cualquier
persona que haya
cometido uno de estos delitos puede ser condenada a pena de muerte». Con
respecto a todos y
cada uno de los delitos imputados, Eichmann se declaró «inocente, en el sentido
en que se formula la
acusación». ¿En qué
sentido se creía culpable, pues? Durante el largo interrogatorio del acusado,
según sus propias
palabras «el más largo de que se tiene noticia», ni la defensa, ni la
acusación, ni ninguno de los tres
jueces se preocupó de hacerle tan elemental pregunta (…)
Hanna Arendt, filósofa |
En primer
lugar, según él, la acusación de asesinato era injusta:
«Ninguna relación tuve con la matanza de judíos. Jamás di muerte a un judío, ni
a persona alguna,
judía o no. Jamás he matado a un ser humano. Jamás di órdenes de matar a un
judío o a una persona no
judía. Lo niego rotundamente». Más tarde matizaría esta declaración diciendo: «Sencillamente,
no tuve que hacerlo». Pero dejó bien sentado que hubiera matado a su propio
padre,
si se lo
hubieran ordenado (...) Una y otra vez repitió (..) que tan solo se le podía acusar
de «ayudar» a la aniquilación de los judíos, y de «tolerarla»,
aniquilación que, según declaró en Jerusalén, fue «uno de los mayores crímenes cometidos
en la historia de la humanidad»…¿Se
hubiera declarado Eichmann culpable, en el caso de haber sido acusado de
complicidad en los asesinatos? Quizá, pero seguramente hubiera alegado muy
cualificadas circunstancias modificativas....Sus actos
únicamente podían considerarse delictuosos retroactivamente. Eichmann siempre había sido
un ciudadano fiel cumplidor de las leyes, y las órdenes de Hitler, que él cumplió
con todo celo,
tenían fuerza de ley en el Tercer Reich.
Hitler con su futura esposa y sus mascotas |
Seis
psiquiatras habían certificado que Eichmann era un hombre «normal». «Más normal que yo,
tras pasar por el trance de examinarle», se dijo que había exclamado uno de
ellos. Y otro consideró
que los rasgos psicológicos de Eichmann, su actitud hacia su esposa, hijos,
padre y madre,
hermanos, hermanas y amigos, era «no solo normal, sino ejemplar». Y, por
último, el religioso
que le visitó regularmente en la prisión, después de que el Tribunal Supremo
hubiera denegado
el último recurso, declaró que Eichmann era un hombre con «ideas muy positivas»…
¿Es
este un caso antológico de mala fe, de mentiroso autoengaño combinado con
estupidez ultrajante?
¿O es simplemente el caso del criminal eternamente impenitente (Dostoievski en
una
ocasión
cuenta que en Siberia, entre docenas de asesinos, violadores y ladrones, nunca
conoció a un solo
hombre que admitiera haber obrado mal), que no puede soportar enfrentarse con
la realidad porque su
crimen ha pasado a ser parte de ella?
Propaganda nazi para recolectar donaciones |
Sin embargo, el caso de Eichmann es
diferente al del
criminal común, que solo puede ampararse eficazmente contra la realidad de un
mundo no criminal
entre los estrechos límites de su banda. Eichmann solo necesitaba recordar el
pasado para sentirse
seguro de que no mentía y de que no se estaba engañando a sí mismo, ya que él y
el mundo en que
vivió habían estado, en otro tiempo, en perfecta armonía. Y esa sociedad
alemana de ochenta millones
de personas había sido resguardada de la realidad y de las pruebas de los
hechos exactamente
por los mismos medios, el mismo autoengaño, mentiras y estupidez que
impregnaban ahora la
mentalidad de Eichmann.
Publicidad nazi, mostrando a la familia aria y sus "altos valores" |
Estas mentiras cambiaban de año en año, y con
frecuencia eran
contradictorias;
por otra parte, no siempre fueron las mismas para las diversas ramas de la
jerarquía del partido o del pueblo en general. Pero la práctica del autoengaño
se extendió..durante la guerra, la mentira más eficaz para
todo el pueblo alemán fue
el eslogan de «la batalla del destino del pueblo alemán» inventado por Hitler o por Goebbels, que facilitó el autoengaño en
tres aspectos: primero,
sugirió que la guerra no era una guerra; segundo, que la había originado el
destino y no Alemania,
y, tercero, que era una cuestión de vida o muerte para los alemanes, es decir,
que debían aniquilar
a sus enemigos o ser aniquilados.La
asombrosa facilidad con que Eichmann, tanto en Argentina como en Israel,
admitía sus crímenes
se debía no tanto a su capacidad criminal para engañarse a sí mismo como al
aura de mendacidad
sistemática que constituyó la atmósfera general, y generalmente aceptada, del
Tercer Reich. «A
pesar de los esfuerzos del fiscal, cualquiera podía darse cuenta de que aquel
hombre no era un «monstruo». Esta
actitud «objetiva —hablando sobre campos de concentración en términos de «administración»
y sobre campos de exterminio en términos de «economía»— era típica de la mentalidad
de las SS y algo de lo que Eichmann, en el juicio, todavía se sentía orgulloso. (...) Además,
toda la correspondencia que tuviera por objeto el asunto en cuestión, estaba
sujeta a estrictas
«normas de lenguaje», y, salvo en los informes secretos difícilmente se encuentran
documentos en los que se lean palabras tan claras como «exterminio»,
«liquidación», «matanza».
Las palabras que debían emplearse en vez de «matar», eran «Solución Final», «evacuación» y «tratamiento especial»
La eportación, a no
ser que se
tratara de judíos destinados definitivamente a el «gueto de los
viejos» para
judíos
privilegiados, en cuyo caso se denominaba «cambio de residencia», recibía los
nombres en clave de
«reasentamiento» y «trabajo en el Este». Cierto es que Eichmann dijo que su única alternativa era el suicidio, pero esto
no fue más que una mentira, ya que todos sabemos cuán sorprendentemente fácil
era para
los
miembros de los equipos de exterminio abandonar sus puestos, sin sufrir con
ello graves consecuencias.
Pero Eichmann no insistió en tal manifestación, ni tampoco pretendió que fuese literalmente
interpretada. Eichmann reconoció que hubiera podido apartarse del cumplimiento de
su función, tal como otros
habían hecho.Pero siempre consideró que tal actitud era «inadmisible», e
incluso en los días del
juicio no la juzgaba «digna de admiración»; tal comportamiento hubiera significado
algo más que el
traslado a otro empleo bien pagado. La idea, nacida después de la guerra, de la desobediencia
abierta no era más que un cuento de hadas: «En aquellas circunstancias un
comportamiento
así era imposible; nadie se portaba de esta manera». Era «inimaginable». Lo que
se grababa en las mentes de aquellos hombres
que se habían convertido en asesinos era la simple idea de estar dedicados a
una tarea histórica,
grandiosa, única («una gran misión que se realiza una sola vez en dos mil
años»), que, en consecuencia,
constituía una pesada carga. Esto último tiene gran importancia, ya que los
asesinos
no eran
sádicos, ni tampoco homicidas por naturaleza, y los jefes hacían un esfuerzo
sistemático para
eliminar de las organizaciones a aquellos que experimentaban un placer físico
al cumplir con su misión.
Publicidad nazi alentando a las poblaciones ocupadas a confiar en las tropas ocupantes. |
(...) El problema radicara, no tanto en dormir su conciencia, como en
eliminar la piedad
meramente instintiva que todo hombre normal experimenta ante el espectáculo del sufrimiento
físico. El truco utilizado por Himmler (...) era muy simple y probablemente muy eficaz.
Consistía en
invertir la dirección de estos instintos, o sea, en dirigirlos hacia el propio
sujeto activo. Por esto, los
asesinos, en vez de decir: «¡Qué horrible es lo que hago a los demás!», decían:
«¡Qué horribles espectáculos
tengo que contemplar en el cumplimiento de mi deber, cuán dura es mi misión!". A petición
a Himmler ,las
primeras cámaras de gas fueron construidas en 1939, para cumplimentar el
decreto de Hitler, dictado en
1 de septiembre del mismo año, que decía que «debemos conceder a los enfermos incurables
el derecho a una muerte sin dolor» (probablemente este es el origen «médico» de
la muerte por
gas, que inspiró al doctor Servatius -el abogado defensor de Eichmann- la sorprendente convicción de que la
muerte por gas debía
considerarse como un «asunto médico»). La idea contenida en este decreto era,
sin embargo,
mucho. Ninguna
de las diversas «normas idiomáticas», cuidadosamente ingeniadas para engañar y ocultar,
tuvo un efecto más decisivo sobre la mentalidad de los asesinos que el primer
decreto dictado
por Hitler en tiempo de guerra, en el que la palabra «asesinato» fue sustituida
por «el derecho a
una muerte sin dolor». Cuando el interrogador de la policía israelí preguntó a
Eichmann si no
creía que la orden de «evitar sufrimientos innecesarios» era un tanto irónica,
habida cuenta de que el
destino de sus víctimas no podía ser otro que la muerte, Eichmann ni siquiera
comprendió el significado
de la pregunta, debido a que en su mente llevaba todavía firmemente anclada la
idea de que el
pecado imperdonable no era el de matar, sino el de causar dolor innecesario.
Niña "modelo" del régimen nazi |
(La siguiente) anécdota la cuenta el conde Hans von Lehnsdorff,. Por ser médico, el conde se quedó en la ciudad a fin de cuidar
a los
soldados heridos que no podían ser evacuados. Fue llamado a uno de los grandes
centros de alojamiento
de refugiados procedentes del campo, es decir, procedentes de las zonas que ya
habían sido
ocupadas por el Ejército Rojo. Allí se le acercó una mujer que le mostró unas
varices que había tenido
durante años, pero que ahora quería someter a tratamiento, ya que disponía de
tiempo para ello.
«Procuré explicarle que, para ella, era mucho más importante salir cuanto antes
de Königsberg, y dejar el
tratamiento de las varices para más adelante. Le pregunté: “¿Dónde quiere ir?”.
No supo qué
responder, pero sí sabía que todos serían transportados al Reich. Y ante mi
sorpresa añadió:
“Los rusos
nunca nos cogerán. El Führer no lo permitirá. Antes nos gaseará a todos”. Miré
con
disimulo
alrededor, y advertí que las palabras de la mujer a nadie le habían parecido extraordinarias.»
Uno tiene la sensación de que esta historia, como todas las historias reales,
no es completa.
Hubiera debido haber allí una voz, preferentemente femenina, que tras lanzar un profundo
suspiro añadiera: «Y pensar que hemos malgastado tanto y tanto gas, bueno y
caro,
suministrándolo a los
judíos...».
La mera obediencia jamás hubiera sido
suficiente para salvar las enormes dificultades propias de una
operación que pronto se extendería a toda la Europa ocupada por los nazis, así
como a los países europeos
aliados de estos, ni tampoco para tranquilizar la conciencia de los ejecutores
que, al fin
y al cabo,
habían sido educados en la observancia del mandamiento «No matarás», y que
sabían aquel
versículo de la Biblia, «has asesinado y has heredado», que los juzgadores del
tribunal del distrito
de Jerusalén, con tanto acierto, incorporaron a la sentencia. Aquello que
Eichmann denominaba
«el torbellino de la muerte» había descendido sobre Alemania, tras las inmensas pérdidas
de Stalingrado. Los bombardeos intensivos de las ciudades alemanas —la habitual
excusa en que
Eichmann se amparaba para justificar la muerte de ciudadanos civiles, y que es
todavía la excusa
habitual con que en Alemania se pretende justificar las matanzas— fueron la
causa de que unas
imágenes distintas de las atroces visiones que se evocaron en el juicio de
Jerusalén, pero no por ello
menos horribles, constituyeran un espectáculo cotidiano, y esto contribuyó a
tranquilizar, o,mejor
dicho, a dormir las conciencias, si es que quedaban rastros de ellas cuando los
bombardeos se produjeron,
aunque, según las pruebas de que disponemos, no era este el caso. La maquinaria
de
exterminio
había sido planeada y perfeccionada en todos sus detalles mucho antes de que
los horrores
de la guerra se cebaran en la carne de Alemania, y la intrincada burocracia de
dicha
maquinaria
funcionaba con la misma infalible precisión en los años de fácil victoria que
en aquellos otros de
previsible derrota. Al principio, cuando aún cabía tener conciencia, rara vez
ocurrieron defecciones
en las filas de la élite gubernamental o de los altos oficiales de las SS. Las
defecciones comenzaron a producirse
únicamente cuando se hizo patente que Alemania perdería la guerra.
El "pueblo feliz" (publicidad nazi) |
Según dijo
Eichmann, el factor que más contribuyó a tranquilizar su conciencia fue el
simple hecho de
no hallar a nadie, absolutamente a nadie, que se mostrara contrario a la
Solución Final. Hasta el último instante, Eichmann creyó fervientemente en el
éxito, el criterio que mejor le
servía para determinar lo que era la «buena sociedad». Eichmann dijo que Hitler «quizá estuviera totalmente equivocado,
pero una cosa
hay que no se le puede negar: fue un hombre capaz de elevarse desde cabo del
ejército alemán a
Führer de un pueblo de ochenta millones de personas... Para mí, el éxito
alcanzado por Hitler era
razón suficiente para obedecerle». No tuvo Eichmann ninguna necesidad de «cerrar sus oídos a la voz de la
conciencia», tal como
se dijo en el juicio, no, no tuvo tal necesidad debido, no a que no tuviera
conciencia, sino a que la conciencia hablaba con
voz respetable, con la voz de la respetable sociedad que le rodeaba.
«Nadie
vino a verme para reprocharme
ni un solo acto realizado por mí en el cumplimiento de mis deberes. Ni siquiera
el
pastor
Grüber ha afirmado que lo hiciera». Después añadió: «Vino a verme, y me pidió
que aliviara los
sufrimientos del prójimo, pero no formuló objeción alguna a los actos por mí
realizados en el cumplimiento
de mi deber». De la declaración del propio pastor Grüber se deduce que este se preocupó,
no tanto de «aliviar sufrimientos», como de eximir a algunos de tales
sufrimientos, en consonancia con unas
categorías establecidas anteriormente por los nazis.
Tal como
dijo una y otra vez a la policía y
al tribunal, él cumplía con su deber; no solo obedecía órdenes, sino que
también obedecía la ley.
Eichmann presentía vagamente que la distinción entre órdenes y ley podía ser
muy mportante.Durante
el interrogatorio policial, cuando Eichmann declaró repentinamente, y con gran
énfasis,que
siempre había vivido en consonancia con los preceptos morales de Kant, en
especial con la definición
kantiana del deber, dio un primer indicio de que tenía la vaga noción de que en
aquel asunto
había algo más que la simple cuestión del soldado que cumple órdenes claramente criminales,
tanto en su naturaleza como por la intención con que son dadas. Esta afirmación
resultaba
simplemente indignante, y también incomprensible, ya que la filosofía moral de
Kant está tan
estrechamente unida a la facultad humana de juzgar que elimina en absoluto la
obediencia ciega. El policía
que interrogó a Eichmann no le pidió explicaciones, pero el juez Raveh,
impulsado por la
curiosidad
o bien por la indignación ante el hecho de que Eichmann se atreviera a invocar
a Kant para
justificar sus crímenes, decidió interrogar al acusado sobre este punto. Ante
la general sorpresa,
Eichmann dio una definición proximadamente correcta del imperativo categórico:
«Con
No todos aceptaron ser obedientes al dictador |
mis
palabras acerca de Kant quise decir que el principio de mi voluntad debe ser
tal que pueda devenir el
principio de las leyes generales» (lo cual no es de aplicar al robo y al
asesinato, por ejemplo,
debido a que el ladrón y el asesino no pueden desear vivir bajo un sistema
jurídico que otorgue a
los demás el derecho de robarles y asesinarles a ellos). (...) Después, explicó que
desde el momento en
que recibió el encargo de llevar a la práctica la Solución Final, había dejado
de vivir en consonancia
con los principios kantianos, que se había dado cuenta de ello, y que se había consolado
pensando que había dejado de ser «dueño de sus propios actos» y que él no podía «cambiar
nada». Lo que Eichmann no explicó a sus jueces fue que, en aquel «período de
crímenes legalizados
por el Estado», como él mismo lo denominaba, no se había limitado a prescindir
de la
fórmula kantiana por haber
dejado de ser aplicable, sino que la había modificado de manera que dijera:
compórtate como si el principio de tus actos fuese el ismo que el de los actos
del legislador o el de la
ley común. O, según la fórmula del «imperativo categórico del Tercer Reich»,
debida a
Hans
Franck, que quizá Eichmann conociera: «Compórtate de tal manera, que si el
Führer te viera aprobara
tus actos».
Propaganda nazi |
Kant, desde luego,
jamás intentó
decir nada
parecido. Al contrario, para él, todo hombre se convertía en un legislador
desde el instante
en que comenzaba a actuar; el hombre, al servirse de su «razón práctica»,
encontró los principios
que podían y debían ser los principios de la ley. (...) Gran
parte de la horrible y
trabajosa perfección en la ejecución de la Solución Final —una perfección que
por lo general el
observador considera como típicamente alemana, o bien como obra característica
del perfecto
burócrata— se debe a la extraña noción, muy difundida en Alemania, de que
cumplir las leyes no
significa únicamente obedecerlas, sino actuar como si uno fuera el autor de las
leyes que obedece.
De ahí la convicción de que es preciso ir más allá del mero cumplimiento del
deber. (...) El mal, en
el Tercer Reich,
había perdido aquella característica por la que generalmente se le distingue,
es decir, la
característica
de constituir una tentación. Muchos alemanes y muchos nazis, probablemente la inmensa
mayoría, tuvieron la tentación de no matar, de no robar, de no permitir que sus
semejantes fueran
enviados al exterminio (que los judíos eran enviados a la muerte lo sabían,
aunque quizá muchos
ignoraran los detalles más horrendos), de no convertirse en cómplices de estos
crímenes al beneficiarse con ellos. Pero,
bien lo sabe el Señor, los nazis habían aprendido a resistir la tentación.
Propaganda nazi |
(...) Cierto es
que el dominio totalitario procuró formar
aquellas bolsas de olvido en cuyo interior desaparecían todos los hechos,
buenos y malos, pero del
mismo modo que todos los intentos nazis de borrar toda huella de las matanzas —borrarlas mediante
hornos crematorios, mediante fuego en pozos abiertos, mediante explosivos,
lanzallamas y máquinas
trituradoras de huesos—, llevados a cabo a partir de junio de 1942, estaban
destinados a fracasar,
también es cierto que vanos fueron todos sus intentos de hacer desaparecer en
«el silencioso
anonimato» a todos aquellos que se oponían al régimen. Las bolsas de olvido no
existen.Ninguna
obra humana es perfecta, y, por otra parte, hay en el mundo demasiada gente
para que el olvido sea posible. Siempre
quedará un hombre vivo para contar la historia. Estos
delitos fueron cometidos
en masa, no solo en cuanto se refiere a las víctimas, sino también en lo
concerniente al número de
quienes perpetraron el delito, y la situación más o menos remota de muchos
criminales
en
relación al que materialmente da muerte a la víctima nada significa, en cuanto
a medida de su responsabilidad.
Por el contrario, en general, el grado de responsabilidad aumenta a medida que se aleja de quien la efectúa.(...) La sentencia también recogió el triste hecho de que en
los campos de exterminio fueron, por lo general, los propios internados, las
propias
víctimas,
quienes materialmente manejaban «con sus propias manos los fatales instrumentos» (...) El doctor Servatius replicó (...) diciendo que el acusado había llevado a
cabo «actos de Estado»,
lo que a él le había ocurrido podía ocurrir a cualquier otra persona en el
futuro. (...)
Niños del Reich |
(Luego de la sentencia) se produjo la última declaración de Eichmann: sus esperanzas de justicia habían quedado
defraudadas; el tribunal no había creído sus palabras, pese a que él siempre
hizo cuanto estuvo en
su mano para decir la verdad. El tribunal no le había comprendido. Él jamás
odió a los judíos, y
nunca deseó la muerte de un ser humano. Su culpa provenía de la obediencia, y
la
obediencia
es una virtud harto alabada. Los dirigentes nazis habían abusado de su bondad.
Él no formaba
parte del reducido círculo directivo, él era una víctima, y únicamente los
dirigentes merecían
el castigo. (Eichmann no llegó tan lejos como otros criminales de guerra de
menor importancia,
que se quejaron amargamente de que les habían dicho que no se preocuparan de
las «responsabilidades»,
y de que, después, no pudieron obligar a los responsables a rendir cuentas,debido a
que les «habían abandonado», por la vía del suicidio o del ahorcamiento.)
Eichmann dijo: «No soy el
monstruo en que pretendéis transformarme... soy la víctima de un engaño».
Eichmann no empleó
las palabras «chivo expiatorio», pero confirmó lo dicho por Servatius: albergaba
la «profunda convicción de que
tenía que pagar las culpas de otros"...la lección
que su larga carrera de maldad nos ha
enseñado, (es) la lección de la terrible banalidad del mal..."
Hannah Arendt (1906-1975), filósofa alemana de origen judío- Emigrada
a Estados Unidos, dio clases en las universidades de California, Chicago, Columbia y Princeton. De 1944 a 1946 fue directora de investigaciones para la Conferencia sobre las Relaciones Judías,y, de 1949 a 1952, de la Reconstrucción Cultural Judía. Su obra, que ha marcado el pensamiento social y político de la segunda mitad del siglo, incluye, entre otros:"Los orígenes del totalitarismo", "La condición humana y La vida del espíritu".
* para ver la película: "La caída" (hacer el enlace aquí)
* Finalizo este trabajo de selección de textos, luego de haber leído toda la obra y editado con orgullo e invertido muchas horas este post, que creo, puede ser muy útiles para todos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario