"...en una de mis pasadas vacaciones emprendí una excursión
por la montaña, con el propósito de olvidar durante algún tiempo la Medicina, y
especialmente la neurosis. Me hallaba sumido en la contemplación de la encantadora
lejanía, cuando a mi espalda resonó la pregunta: “El señor es médico,
¿verdad?”.
Mi interlocutora
era una muchacha de diecisiete o dieciocho años, la misma que antes me había
servido el almuerzo en la hostelería, por cierto con un marcado gesto de mal
humor, y a la que la dueña del lugar
había interpelado varias veces con el nombre de Catherine.
-Sí, soy médico.
¿Cómo lo sabe usted?
-Lo he visto
inscribirse en el registro de visitantes y he pensado que podría dedicarme unos
momentos. Estoy enferma de los nervios. El médico al que fui a consultar hace
algún tiempo, me recetó varias cosas, pero no me han servido de nada.
De este modo me
veía obligado a penetrar de nuevo en los dominios de la neurosis, pues apenas
cabía suponer otro padecimiento en aquella robusta muchacha de rostro malhumorado.
-Bien. Dígame
usted: ¿qué es lo que siente?
-Me cuesta trabajo
respirar. No siempre. Pero a veces me parece que me voy a ahogar.
No presenta esto,
a primera vista, un definido carácter nervioso; pero se me ocurrió en seguida
que podría constituir muy bien una descripción de un ataque de angustia.
-Siéntese aquí y
cuénteme lo que pasa cuando le dan esos ahogos.
-Me dan de repente.
Primero siento un peso en los ojos y en la frente. Me zumba la cabeza y me dan
unos mareos que casi no puedo respirar.
-¿Y no siente
usted nada en la garganta?
-Se me aprieta
como si me fuera a ahogar.
-Y en la cabeza,
¿nota usted algo más de lo que me ha dicho?
-Sí, me late como
si fuera a saltárseme.
-Bien. ¿Y no
siente usted miedo al mismo tiempo?
-Creo siempre que
voy a morir. Y eso que de ordinario soy valiente. Además, no me gusta bajar a
la cueva de la casa, que está muy oscura, ni andar sola por la montaña. Pero
cuando me da eso no me encuentro a gusto en ningún lado y se me figura que
detrás de mí hay alguien que me va a agarrar de repente.
Así, pues, lo que
la sujeto padecía eran, en efecto, ataques de histeria con la angustia como
contenido. Pero ¿no contendrían también algo más?
-¿Piensa usted algo (lo mismo siempre), o ve
algo cuando le dan esos ataques?
-Sí; veo siempre una cara muy horrorosa que
me mira con ojos terribles. Esto es lo que más miedo me da.
Este detalle ofrecía, quizá, el camino para
llegar rápidamente al nódulo de la cuestión.
-¿Y reconoce usted esa cara? Quiero decir que
si es una cara que ha visto usted realmente alguna vez.
-No.
-¿Sabe usted por qué le dan esos ataques?
-No.
-¿Cuándo le dio el primero?
-Hace dos años, cuando estaba con mi tía en
la otra montaña.
No atreviéndome a transplantar la hipnosis a
aquellas alturas, pensé que quizá fuera posible llevar a cabo el análisis en un
diálogo corriente. Se trataba de adivinar con acierto. La angustia se me había
revelado muchas veces, tratándose de sujetos femeninos jóvenes, como una
consecuencia de horror que acomete a un espíritu virginal cuando surge por vez
primera ante sus ojos el mundo de la sexualidad.
-Puesto que usted no lo sabe, voy a decirle
de dónde creo yo que provienen sus ataques. Hace dos años, poco antes de
comenzar a padecerlos, debió usted de haber visto u oído algo que la avergonzó
mucho, algo que preferiría usted no haber visto.
-¡Sí, por cierto! Sorprendí a mi tío con una
muchacha: con mi prima Francisca.
-¿Qué es lo que pasó? ¿Quiere usted
contármelo?
-A un médico se le
puede decir todo. Mi tío, el marido de esta tía mía a quien acaba usted de ver,
tenía entonces con ella una posada en X. Ahora están separados, y por culpa
mía, pues por mi se descubrieron sus relaciones con Francisca.
-¿Cómo las descubrió usted?
-Voy a decírselo. Hace dos años llegaron un
día a la posada dos excursionistas y pidieron de comer. La tía no estaba en
casa, y ni mi tío ni Francisca, que era la que cocinaba, aparecían por ninguna
parte. Al llegar ante el cuarto del tío vimos que tenía echada la llave. Miré
por la ventana, sin figurarme aún nada malo. La habitación estaba muy oscura;
pero, sin embargo, pude ver a Francisca y a mi tío sobre ella. En seguida me
aparté de la ventana y tuve que apoyarme en la pared, me dio un ahogo como los
que desde entonces vengo padeciendo, se me cerraron los ojos y empezó a
zumbarme y latirme la cabeza como si fuera a rompérseme.
-¿Le dijo usted algo a su tía aquel día
mismo?
-No; no le dije nada.
-Si usted pudiera ahora recordar todo lo que
en aquellos momentos, sucedió en usted, como le dio el primer ataque y qué
pensó durante él, quedaría curada de sus ahogos.
-¡Ojalá pudiera!
Pero me asusté tanto, que lo he olvidado todo.
-¿Qué pasó después?
-No podía dejar de pensar en lo que había
visto. Tres días después volvió a darme el ahogo, vomité y tuve que meterme en
la cama, varios días.
La sintomatología histérica puede compararse
a una escritura jeroglífica que hubiéramos llegado a comprender después del
descubrimiento de algunos documentos bilingües. En este alfabeto, los vómitos
significan repugnancia.
Al llegar aquí, abandona la muchacha, con
gran sorpresa mía, el hilo de su relato y pasa a contarme dos series de
historias que se extienden hasta dos y tres años antes del suceso
traumático.
Un día de invierno, su tío entró a su alcoba, estando ella
dormida, pero de repente se despertó y “sintió su cuerpo junto a ella”.
Asustada se levantó y le reprochó aquella extraña conducta, hasta que, cansado
el tío, dejó de solicitarla. Me manifestó, que hasta mucho después no había
comprendido las verdaderas intenciones de su tío. De momento, se había
resistido únicamente porque le resultaba desagradable ver interrumpido su sueño
y “porque le parecía que aquello no estaba bien”
A continuación me
contó Catherine una nueva agresión sexual de que la hizo objeto su tío un día
que se hallaba borracho. Siempre notó, en esas ocasiones, el peso en los ojos y
la opresión que acompañan a sus ataques actuales.
Agotadas estas dos series de reminiscencias,
guarda silencio la muchacha. Durante su relato ha ido experimentando una
curiosa transformación. En su rostro, antes entristecido y doliente, se
pinta ahora una expresión llena de vida, Sus ojos han recobrado el brillo
juvenil y se muestra animada y alegre.
Llevaba la sujeto en sí dos series de
impresiones, que se habían grabado en su memoria, sin que hubiera llegado a
comprenderlas. A la vista de la pareja sorprendida en la realización del coito,
se estableció en el acto el enlace de la nueva impresión con tales dos series
de reminiscencias, comenzando enseguida a comprenderlas y simultáneamente a defenderse
contra ellas. A esto siguió un corto período de incubación, apareciendo
luego los síntomas de la conversión, o sea los vómitos sustitutivos de
la repugnancia moral y física. Ante mi sugerencia, ella me dijo:
-Sí; debió de
darme asco y lo debí de recordar luego.
He de agradecer a Catherine la facilidad con
que me permitió interrogarla sobre asuntos tan escabrosos, conducta opuesta a
la observada por las honestas damas de mi consulta ciudadana, para las cuales:
“omnia naturalia turpia sunt”.
Resta únicamente explicar el origen de la
alucinación que retornaba en todos los ataques de la sujeto. Así, pues la interrogué
sobre este extremo, y como si nuestro diálogo hubiese ampliado su comprensión,
me contestó en seguida:
- Ahora ya lo sé. La cabeza que veo es la de
mi tío. Cuando, después de sorprenderle con Francisca, comenzaron en casa los
disgustos, mi tío me tomó un odio terrible. Decía que todo lo que pasaba era
por culpa mía y que si no hubiera sido yo tan charlatana no hubiera pedido su
mujer el divorcio. La cara que ahora veo, siempre que me da el ahogo, es la de
mi tío en aquellos días, contraída por la cólera.
No puede tampoco extrañarnos que el símbolo
mnémico procediese, precisamente de esta época ulterior, durante la cual se
sucedieron de continuo en la casa las escenas violentas, retrayéndose del
estado de Catherine el interés de la tía, absorbido totalmente por sus querellas
domésticas, pues por tales circunstancias fue ésta una época de acumulación
y retención para la paciente.
Aunque nada he vuelto a saber de Catherine,
espero que su conversación conmigo, en la que desahogó su espíritu, tan herido
tempranamente en su sensibilidad sexual, hubo de hacerle algún bien.”
·
Extracto del: historial clínico: “Catherine”,
publicado en: (1895) Estudios sobre la histeria ; de los autores Freud y
Breuer, Bs. As., Ed. Hyspámerica, 1988.
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