“...Al final de
la Edad media la lepra desaparece del mundo occidental. En los márgenes de la
comunidad, en las puertas de la ciudad, se abre algo así como grandes
territorios que no están ya perseguidos por el mal, pero que se han dejado
estériles y durante mucho tiempo abandonados, Por siglos y siglos estas
extensiones pertenecían a lo inhumano.
Desde el siglo
XVI hasta el XVII esperarán y reclamarán, a través de extraños hechizos una
nueva encarnación del mal, otra mueca del miedo, magias renovadas de
purificación y exclusión.
Un nuevo objeto
hace su aparición en el paisaje imaginario del Renacimiento; bien pronto
ocupará en él un puesto privilegiado: es la “Nave de los locos”, extraño
barco embrujado que navega a lo largo de los ríos de la Renania y los canales
flamencos.
En el
Renacimiento la razón y la locura serán cada una la medida de la otra, en
cuanto cada locura tiene su razón que la juzga y la domina y cada razón su
locura en la cual ella encuentra su verdad irrisoria.
En un segundo
momento, la razón acaba por afirmar su prioridad respecto a la locura,
la cual no adquiere significado, ni valor excepto en el campo mismo de la
razón.
La internación
en el Hôpital des fous ( “Hospital de los locos” ) asume el significado de la
neta separación, con la cual a partir
del siglo XVII, la nueva cultura intentará establecer entre la locura y la
razón.
Separación que
presupone la elevación de esta última al nivel de parámetro normativo tanto
gnoseológico como ético, de orden sea individual sea social.
Si hay menos de
ochenta locos en el “Hotel- Dieu”, donde prevale la línea terapéutica hay
muchos centenares, quizás miles, en el”Hôpital General”, en el cual prevalece
la línea correctiva.
El loco era
considerado un inútil para la producción industrial, pues el cuerpo fue
considerado esencialmente fuerza productiva a partir de los siglos XVII y XVIII
y todas las formas de dispendio que eran irreductibles a la constitución de las
fuerzas productivas, manifestándose por consiguiente en su inutilidad, fueron
vedadas, excluidas, reprimidas.
Pero son los
instrumentos de exclusión, los aparatos de vigilancia, la medicalización de la
sexualidad, de la locura, de la delincuencia, toda esta microfísica del poder,
la que ha tenido, a partir de un determinado momento, un interés para la
burguesía. La burguesía no se interesa por los locos, se interesa por el poder.
Intento analizar
cómo, al comienzo de las sociedades industriales, se instauró un aparato
punitivo, un dispositivo de selección de los normales y anormales.
Hay que estudiar
el poder fuera del modelo del Leviatán, fuera del campo delimitado de la
soberanía jurídica y por las instituciones estatales. Se trata de estudiarlo
partiendo de las técnicas y de las tácticas de dominación.
En una sociedad
como la del siglo XVIII, el cuerpo del rey no era una metáfora, sino una
realidad política: su presencia física era necesaria para el funcionamiento de
la monarquía.
Es el cuerpo de
la sociedad el que se convierte a lo largo del siglo XIX, en el nuevo
principio. A este cuerpo se le protegerá de una manera casi médica: se le van a
aplicar recetas terapéuticas tales como la eliminación de los enfermos, el
control de los contagiosos, la exclusión de los delincuentes. La eliminación
por medio del suplicio es así reemplazada por los métodos de asepsia: la
criminología, el eugenismo, la exclusión de los “denegados”.La locura es
un caso privilegiado: durante el período clásico el poder se ejerció sin duda
sobre la locura al menos bajo la forma privilegiada de la exclusión: se asiste
entonces a una gran reacción de rechazo en que la locura se encontró implicada..."
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