“…Entendemos por
existencialismo una doctrina que hace posible la vida humana y que, por otra
parte, declara que toda verdad y toda acción implica un medio y una
subjetividad humana.
Lo que tenemos en
común ( los existencialistas ) es simplemente considerar que la existencia
precede a la esencia, o, si se prefiere, que hay que partir de la subjetividad.
El
existencialismo ateo que yo represento declara que si Dios no existe, hay por
lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe
antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre, o
como dice Heidegger, la realidad humana.
¿Qué significa
aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza
por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El
hombre tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque
comienza por no ser nada. Sólo será después y será tal como se ha hecho. Así
pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla.
El hombre es el
único que no sólo es como él concibe, sino tal como él se quiere y como se
concibe después de la existencia, cómo se quiere después de este impulso hacia
la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Este es el
primer principio del existencialismo. Es también lo que se llama la
subjetividad..
El hombre empieza
por ser algo que se lanza hacia un porvenir y que es conciente de proyectarse
hacia el porvenir. El hombre es ante todo un proyecto que se vive
subjetivamente.
Nada existe
previamente a este proyecto, nada hay en el cielo inteligible y el hombre
será ante todo lo que habrá proyectado ser. No es lo que querrá ser. Porque lo
que entendemos ordinariamente por querer es una decisión conciente, que para la
mayoría de nosotros es posterior a lo que el hombre ha hecho de sí mismo.
Si verdaderamente
la existencia precede a la esencia el hombre es responsable de lo que es. Así
el primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que
es y asentar sobre él la responsabilidad total de sí mismo y de su existencia.
Y cuando decimos
que el hombre es responsable de sí
mismo, no queremos decir que el hombre es responsable de su estricta individualidad,
sino que es responsable de todos los hombres,
Al elegirse elige
a todos los hombres. En efecto, no hay ninguno de nuestros actos que al crear
al hombre como queremos ser, no cree al mismo tiempo una imagen del hombre tal
como consideramos que debe ser. Eligiéndome elijo al hombre.
El hombre que se
compromete y que se da cuenta de que no sólo es él que elige ser, sino también
un legislador, que elige al mismo tiempo que a sí mismo a la humanidad entera,
no puede escapar al sentimiento de su total y profunda responsabilidad.
Hay que
preguntarse siempre: ¿qué sucedería si todo el mundo hiciera lo mismo? Y no se
escapa de este pensamiento inquietante sino por una especie de mala fe.
Soy yo el que
elegiré decir que este acto es bueno y no malo. Estoy obligado a cada instante
a hacer actos ejemplares. Por ello no se puede dejar de tener, en la decisión
que se tome, una cierta angustia por la responsabilidad que se asume.
Esta especie de
angustia se explica por una responsabilidad directa frente a los otros seres
humanos con los que se compromete.
Y con el
desamparo, expresión cara a Heidegger, queremos decir solamente que Dios no
existe, y que de esto hay que sacar las últimas consecuencias.
Ya no se pude
tener el bien a priori, porque no hay más conciencia infinita y perfecta para
pensarlo; no está escrito en ninguna parte que el bien exista. Dostoievsky
escribe: “Si Dios no existiera, todo estaría permitido”. En efecto, todo está
permitido si Dios no existe y en consecuencia el hombre está abandonado, porque
no encuentra ni en sí mismo ni fuera de sí una posibilidad de aferrarse.
No encuentra ante
todo, excusas. No hay una naturaleza humana dada y fija; dicho de otro modo, no
hay determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad.
El
existencialista no cree en el poder de la pasión: piensa que el hombre es
responsable de su pasión. El hombre sin ningún apoyo, ni socorro está condenado
a cada instante a inventar al hombre.
Usted es libre,
elija, es decir, invente. Ninguna moral general puede indicar lo que hay que
hacer: no hay signos en el mundo. Los católicos dirán: sí, hay signos.
Admitámoslo; soy yo mismo el que elige el sentido que tienen.
La
“desesperación” señala que nos limitaremos a contar con lo que depende de
nuestra voluntad, o con el conjunto de probabilidades que hacen posible nuestra
acción. Pero a partir del momento en que las posibilidades que considero no
están rigurosamente comprometidas por mi acción, debo desinteresarme.
Sólo hay realidad
en la acción. El hombre no es nada más que su proyecto, no existe más que en la
medida en que se realiza, no es por lo tanto más que el conjunto de mis actos,
nada más que su vida. Para el existencialista, no hay otro amor que el que se
construye, no hay otra posibilidad de amor que la que se manifiesta en el amor;
no hay otro genio artístico que el que se manifiesta en sus obras de arte,
fuera de esto no hay nada.
Un hombre que se
compromete en la vida dibuja su figura, y fuera de esta figura no hay nada.
Evidentemente, este pensamiento puede
parecer duro para aquel que no ha triunfado en la vida. El hombre no es
más que una serie de empresas, que es la suma, la organización del conjunto de
las relaciones que constituyen estas empresas.
El existencialista, cuando describe un cobarde, dice que ese cobarde es responsable de su cobardía. Lo es porque se ha construido como hombre cobarde por sus actos. No hay temperamento cobarde. Un cobarde está definido a partir del acto que realiza. El cobarde se hace cobarde, el héroe se hace héroe; hay siempre para el cobarde una posibilidad de no ser más cobarde y para el héroe de dejar de ser héroe.
Lo que tiene
importancia es el compromiso total, y no es un caso particular, una acción
particular lo que compromete totalmente.
El destino del
hombre está en el mismo. Sólo hay esperanza en su acción. En consecuencia, en
este plano tenemos que vérnosla con una moral de acción y de compromiso.
El hombre que se
capta directamente por el “cogito” descubre también a todos los otros y los
descubre como la condición de su existencia. Se da cuenta de que no puede ser
nada, salvo que los otros lo reconozcan por tal. Para obtener una verdad
cualquiera sobre mí, es necesario que pase por otro.
En estas
condiciones, el descubrimiento de mi intimidad me descubre al mismo tiempo al
otro, como una libertad colocada frente
a mí, que no piensa y que no quiere sino a favor o en contra de mí. Así,
descubrimos en seguida un mundo que llamaremos la intersubjetividad, y en este
mundo el hombre decide lo que es y que son los otros.
En consecuencia,
todo proyecto, por más individual que sea, tiene un valor universal. Hay
universalidad en todo proyecto en el sentido de que todo proyecto es
comprensible para todo hombre.
Es falso que “se
pueda elegir cualquier cosa” pues la elección es posible en un sentido, pero lo
que no es posible es no elegir. Puedo siempre elegir, pero tengo que saber que,
si no elijo, también elijo.
El hombre se
encuentra en una situación organizada, donde está el mismo comprometido; es
imposible que no tome una responsabilidad total frente a este problema.
Sin duda, elige
sin referencia a valores preestablecidos, pero es injusto tacharlo de capricho.
Digamos más bien que hay que comparar tal elección moral con la construcción de
una obra de arte. Estamos en la misma situación creadora.
El hombre se hace
al elegir su moral, y la presión de las circunstancias es tal que no puede
dejar de elegir una. No definimos al hombre sino en relación con un compromiso.
En segundo lugar
se nos dice: “no pueden ustedes juzgar a los otros”. Se puede juzgar. porque,
como he dicho, se elige frente a los otros. Ante todo se puede juzgar a un
hombre diciendo que es de mala fe.
Si hemos definido
la situación del hombre como una elección libre, sin excusas y sin ayuda, todo
hombre que se refugia detrás de la excusa de sus pasiones, todo hombre que
inventa un determinismo, es un hombre de mala fe.
Y si se me dice:
“¿y si quiero ser de mala fe?” responderá: no hay ninguna razón para que no lo
sea, pero yo denunciaré que usted lo es,
y que la actitud de estricta coherencia ( de autenticidad ) es la actitud de
buena fe.
Declaro que la libertad a través de cada circunstancia concreta no puede tener otro fin que curarse a sí misma. Los actos de los hombres de buena fe tienen como última significación la búsqueda de la libertad como tal .Y al querer la libertad descubrimos que depende enteramente de la libertad de los otros, y que su libertad depende de la nuestra. En cuanto hay compromiso, estoy obligado a querer, al mismo tiempo que mi libertad, la libertad de los otros; no puedo tomar mi libertad como fin si no tomo igualmente la de los otros como fin. Sí se puede elegir cualquier cosa pero solo si es en el plano del libre compromiso.
La tercera objeción contra el existencialismo es la siguiente: “en el fondo los valores no son serios, porque ustedes los eligen”. A esto contesto que me molesta mucho que sea así; pero, si he suprimido a Dios padre, es necesario que alguien invente los valores. Decir que nosotros inventamos los valores no significa más que esto: la vida, a priori, no tiene sentido. Antes que ustedes vivan, la vida no es nada; les corresponde a ustedes darle un sentido, y el valor no es otra cosa que ese sentido que ustedes eligen. El hombre siempre está por realizarse...”
Textos extraídos
de :Jean Paul Sartre; ( 1943 ) El existencialismo es un humanismo;
Editorial Librería Selecta. Montevideo, 1975.
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