jueves, 1 de marzo de 2012

...libertad y responsabilidad, según Jean Paul Sartre...



“...el hombre, al estar condenado a ser libre, lleva sobre sus hombros todo el peso del mundo; es responsable del mundo y de sí mismo en tanto que manera de ser. Tomamos la palabra “responsabilidad” en su sentido trivial de “conciencia ( de ) ser el autor incontestable de un acontecimiento o de un objeto”. En este sentido, la responsabilidad del para sí es abrumadora, pues es aquel por quien ocurre que haya un mundo; y, puesto que es también aquel que se hace ser, el para sí, cualquiera que fuere la situación en que se encuentra, debe asumirla enteramente con su coeficiente de adversidad propio, así sea insostenible; debe asumirla con la orgullosa conciencia de ser autor de ella, pues los mayores inconvenientes o las peores amenazas que pueden afectar a mi persona sólo tienen sentido en virtud de mi propio proyecto y aparecer sobre el fondo del compromiso que soy.
Es, pues, insensato pensar en quejarse, pues nada ajeno o extraño ha decidido lo que sentimos, vivimos o somos. Esa responsabilidad absoluta no es, por lo demás, aceptación: es simple reivindicación lógica de las consecuencias de nuestra libertad.
Lo que ocurre, me ocurre por mí, y no puedo ni dejarme afectar por ello, ni rebelarme, ni resignarme. Por otra parte, todo lo que me ocurre es mío; hay que entender por ello, en primer lugar, que siempre estoy a la altura de lo que me ocurre, en tanto hombre, pues lo que le ocurre a un hombre o por él mismo no puede ser sino humano.  
Las más atroces situaciones de la guerra, las más crueles torturas, no crean un estado de cosas inhumano: no hay situaciones inhumanas; sólo por el miedo, la huida y el expediente de las conductas mágicas decidiré acerca de lo inhumano, pero esta decisión es humana y me incumbe su entera responsabilidad.
La situación es mía, además, porque es la imagen de mi libre elección de mí mismo y todo cuanto ella me presenta es mío porque me representa y simboliza. ¿No soy yo acaso quien decide sobre el coeficiente de adversidad de las cosas y hasta sobre su imprevisibilidad, al decidir sobre mí mismo?
Así, en una vida no hay accidentes: un acontecimiento social que de pronto irrumpe y me arrastra, no viene de afuera; si soy movilizado en una guerra, esta guerra es mía, está hecha a mi imagen y la merezco.
La merezco, en primer lugar, porque siempre podía haberme sustraído a ella, por la deserción o el suicidio; estos posibles últimos son los que siempre hemos de tener presentes cuando se trata de considerar una situación.
Al no haberme sustraído, la he elegido: pudo ser por apatía, por cobardía ante la opinión pública, porque prefiero ciertos valores al valor de la negación de hacer la guerra ( la estima de mis allegados, el  honor de mi familia, etc ).
De todos modos, se trata de una elección, elección reiterada luego, de manera continua, hasta el fin de la guerra; hemos de suscribir, pues, la frase de J. Romains: “En la guerra no hay víctimas inocentes”.
Así, pues, si he preferido la guerra a la muerte o al deshonor, todo ocurre como si llevar enteramente sobre mis hombros la responsabilidad de esa guerra. Sin duda, otros la han declarado, y podría incurrir en la tentación de considerarme un mero cómplice. Pero esta noción de complicidad no tiene sino un sentido jurídico; en nuestro caso, es insostenible, pues dependió de mí que para mí y por mí esa guerra no existiera, y yo he decidido que exista.
No ha habido coerción alguna, pues la coerción no puede ejercer dominio alguno sobre una libertad; no tengo ninguna excusa, pues, lo propio de la realidad humana es ser sin excusas. No me queda, pues, sino reivindicar esa guerra como mía.
Pero, además, es mía porque, por el solo hecho de surgir en una situación que yo hago ser y de que no pueda descubrirla sino comprometiéndome en pro o en contra de ella, no puedo distinguir ahora la elección que hago de mí y la elección que hago de la guerra; vivir esta guerra es elegirme por ella y elegirla por mi elección de mí mismo.     
 No cabría tomarla como “cuatro años de vacaciones” o de “aplazamiento” o como una “sesión suspendida”, estimando que lo esencial de mis responsabilidades está en otra parte, en mi vida conyugal, familiar o profesional: en esta guerra que he escogido, me elijo día por día y la hago mía haciéndome a mí mismo.
Cada persona es un absoluto que disfruta de una fecha absoluta, y es enteramente impensable en otra fecha. Es ocioso, pues, preguntarse que habría sido yo si no hubiera estallado esta guerra, pues me he elegido como uno de los sentidos posibles de la época que conducía a la guerra insensiblemente: no me distingo de la época misma, ni podría ser transportado a otra época sin contradicción. “Cada cual tiene la guerra que se merece”.
Así, totalmente libre, indiscernible del período cuyo sentido he elegido ser, tan profundamente responsable de la guerra como si yo mismo la hubiese declarado, puesto que no puedo vivir nada sin integrarlo a mi situación, comprometerme en ello íntegramente y marcarlo con mi sello, no debo tener queja ni remordimiento por lo mismo que no tengo excusa, pues, desde el instante de mi surgimiento al ser, llevo exclusivamente sobre mí el peso del mundo, sin que nada ni nadie me  lo pueda aligerar.
Estoy arrojado en el mundo, no en el sentido de quedarme abandonado y pasivo en un universo hostil, como la tabla que flota sobre el agua, sino, al contrario, en el sentido de que me encuentro de pronto solo y si ayuda, comprometido en un mundo del que soy enteramente responsable, sin poder, haga lo que haga, arrancarme ni un instante de esa responsabilidad, pues soy responsable hasta de mi propio deseo de rehuir a la responsabilidad, hacerme pasivo en el mundo, negarme a actuar sobre las cosa y sobre los Otros, es también elegirme.
Sin embargo, esta responsabilidad es de un tipo muy particular. Soy responsable de todo, salvo de mi responsabilidad misma, pues no soy el fundamento de mi ser. Estoy condenado a ser libre. No encuentro jamás sino mi responsabilidad, y por eso no puedo preguntar: “¿Por qué he nacido?” ni maldecir el día de mi nacimiento ni declarar que no he podido nacer, pues estas diferentes actitudes con respecto al hecho de que realizo una presencia en el mundo, no son, precisamente, sino maneras de asumir con plena responsabilidad el nacimiento y hacerlo mío, también aquí, sólo me encuentro conmigo y mis proyectos.     
El ser humano, el para sí se capta a sí mismo en la angustia, pues su responsabilidad se extiende al mundo entero. Es el para sí un ser que está obligado a  decidir sobre el sentido del ser, en él y doquiera fuera de él.
Quien realiza en la angustia su condición de estar arrojado a una responsabilidad que se vuelve incluso sobre su mismo abandono, no tiene ya remordimiento, ni queja, ni excusa; no es ya más que una libertad que se descubre perfectamente a sí misma y cuyo ser reside en ese mismo descubrimiento. Pero. la mayor parte de las veces, rehuimos la angustia en la mala fe.
Una primera mirada a la realidad humana nos enseña que, para ella, ser se reduce a hacer. Ser ambicioso, cobarde o irascible es simplemente conducirse de tal o cual manera en tal o cual circunstancia. Así, la realidad humana no es primero para actuar después, sino que para ella ser es actuar, y cesar de actuar es cesar de ser. El proyecto libre es fundamental, pues es mi ser...”

SARTRE, Jean Paul;(1943); El ser y la nada, ED. Altaya, Barcelona, 1993.
( Fragmentos seleccionados )




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