“...el hombre, al estar condenado a ser libre, lleva
sobre sus hombros todo el peso del mundo; es responsable del mundo y de sí
mismo en tanto que manera de ser. Tomamos la
palabra “responsabilidad” en su sentido trivial de “conciencia ( de ) ser el
autor incontestable de un acontecimiento o de un objeto”. En este sentido, la
responsabilidad del para sí es abrumadora, pues es aquel por quien ocurre que haya
un mundo; y, puesto que es también aquel que se hace ser, el para sí,
cualquiera que fuere la situación en que se encuentra, debe asumirla
enteramente con su coeficiente de adversidad propio, así sea insostenible; debe
asumirla con la orgullosa conciencia de ser autor de ella, pues los mayores
inconvenientes o las peores amenazas que pueden afectar a mi persona sólo
tienen sentido en virtud de mi propio proyecto y aparecer sobre el fondo del
compromiso que soy.
Es, pues,
insensato pensar en quejarse, pues nada ajeno o extraño ha decidido lo que
sentimos, vivimos o somos. Esa responsabilidad absoluta no es, por lo demás,
aceptación: es simple reivindicación lógica de las consecuencias de nuestra
libertad.
Lo que
ocurre, me ocurre por mí, y no puedo ni dejarme afectar por ello, ni rebelarme,
ni resignarme. Por otra parte, todo lo que me ocurre es mío; hay que
entender por ello, en primer lugar, que siempre estoy a la altura de lo que me
ocurre, en tanto hombre, pues lo que le ocurre a un hombre o por él mismo no
puede ser sino humano.
Las más
atroces situaciones de la guerra, las más crueles torturas, no crean un estado
de cosas inhumano: no hay situaciones inhumanas; sólo por el miedo, la huida y
el expediente de las conductas mágicas decidiré acerca de lo inhumano,
pero esta decisión es humana y me incumbe su entera responsabilidad.
La
situación es mía, además, porque es la imagen de mi libre elección de mí
mismo y todo cuanto ella me presenta es mío porque me representa y
simboliza. ¿No soy yo acaso quien decide sobre el coeficiente de adversidad de
las cosas y hasta sobre su imprevisibilidad, al decidir sobre mí mismo?
Así, en
una vida no hay accidentes: un acontecimiento social que de pronto
irrumpe y me arrastra, no viene de afuera; si soy movilizado en una guerra,
esta guerra es mía, está hecha a mi imagen y la merezco.
La
merezco, en primer lugar, porque siempre podía haberme sustraído a ella, por la
deserción o el suicidio; estos posibles últimos son los que siempre hemos de
tener presentes cuando se trata de considerar una situación.
Al no
haberme sustraído, la he elegido: pudo ser por apatía, por cobardía ante
la opinión pública, porque prefiero ciertos valores al valor de la negación de
hacer la guerra ( la estima de mis allegados, el honor de mi familia, etc ).
De todos
modos, se trata de una elección, elección reiterada luego, de manera continua,
hasta el fin de la guerra; hemos de suscribir, pues, la frase de J. Romains:
“En la guerra no hay víctimas inocentes”.
Así, pues,
si he preferido la guerra a la muerte o al deshonor, todo ocurre como si llevar
enteramente sobre mis hombros la responsabilidad de esa guerra. Sin duda, otros
la han declarado, y podría incurrir en la tentación de considerarme un mero
cómplice. Pero esta noción de complicidad no tiene sino un sentido jurídico; en
nuestro caso, es insostenible, pues dependió de mí que para mí y por mí
esa guerra no existiera, y yo he decidido que exista.
No ha
habido coerción alguna, pues la coerción no puede ejercer dominio alguno sobre
una libertad; no tengo ninguna excusa, pues, lo propio de la realidad humana es
ser sin excusas. No me queda, pues, sino reivindicar esa guerra como mía.
Pero,
además, es mía porque, por el solo hecho de surgir en una situación que
yo hago ser y de que no pueda descubrirla sino comprometiéndome en pro o en
contra de ella, no puedo distinguir ahora la elección que hago de mí y la
elección que hago de la guerra; vivir esta guerra es elegirme por ella y
elegirla por mi elección de mí mismo.
Cada
persona es un absoluto que disfruta de una fecha absoluta, y es enteramente
impensable en otra fecha. Es ocioso, pues, preguntarse que habría sido yo si no
hubiera estallado esta guerra, pues me he elegido como uno de los sentidos
posibles de la época que conducía a la guerra insensiblemente: no me distingo
de la época misma, ni podría ser transportado a otra época sin contradicción.
“Cada cual tiene la guerra que se merece”.
Así,
totalmente libre, indiscernible del período cuyo sentido he elegido ser, tan
profundamente responsable de la guerra como si yo mismo la hubiese declarado,
puesto que no puedo vivir nada sin integrarlo a mi situación,
comprometerme en ello íntegramente y marcarlo con mi sello, no debo tener queja
ni remordimiento por lo mismo que no tengo excusa, pues, desde el instante de
mi surgimiento al ser, llevo exclusivamente sobre mí el peso del mundo, sin que
nada ni nadie me lo pueda aligerar.
Estoy arrojado
en el mundo, no en el sentido de quedarme abandonado y pasivo en un universo
hostil, como la tabla que flota sobre el agua, sino, al contrario, en el
sentido de que me encuentro de pronto solo y si ayuda, comprometido en un mundo
del que soy enteramente responsable, sin poder, haga lo que haga, arrancarme ni
un instante de esa responsabilidad, pues soy responsable hasta de mi propio
deseo de rehuir a la responsabilidad, hacerme pasivo en el mundo, negarme a
actuar sobre las cosa y sobre los Otros, es también elegirme.
Sin
embargo, esta responsabilidad es de un tipo muy particular. Soy responsable de
todo, salvo de mi responsabilidad misma, pues no soy el fundamento de mi ser.
Estoy condenado a ser libre. No
encuentro jamás sino mi responsabilidad, y por eso no puedo preguntar: “¿Por
qué he nacido?” ni maldecir el día de mi nacimiento ni declarar que no he
podido nacer, pues estas diferentes actitudes con respecto al hecho de
que realizo una presencia en el mundo, no son, precisamente, sino maneras de
asumir con plena responsabilidad el nacimiento y hacerlo mío, también
aquí, sólo me encuentro conmigo y mis proyectos.
El ser
humano, el para sí se capta a sí mismo en la angustia, pues su responsabilidad
se extiende al mundo entero. Es el para sí un ser que está obligado a decidir sobre el sentido del ser, en él y doquiera
fuera de él.
Quien
realiza en la angustia su condición de estar arrojado a una
responsabilidad que se vuelve incluso sobre su mismo abandono, no tiene ya
remordimiento, ni queja, ni excusa; no es ya más que una libertad que se
descubre perfectamente a sí misma y cuyo ser reside en ese mismo
descubrimiento. Pero. la mayor parte de las veces, rehuimos la angustia en la
mala fe.
Una
primera mirada a la realidad humana nos enseña que, para ella, ser se reduce a
hacer. Ser ambicioso, cobarde o irascible es simplemente conducirse de tal o
cual manera en tal o cual circunstancia. Así, la realidad humana no es primero
para actuar después, sino que para ella ser es actuar, y cesar de actuar es
cesar de ser. El proyecto libre es fundamental, pues es mi ser...”
SARTRE, Jean Paul;(1943); El
ser y la nada, ED. Altaya, Barcelona, 1993.
(
Fragmentos seleccionados )
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