sábado, 10 de marzo de 2012

..las virtudes...ética aristotélica...




“...Toda arte y toda investigación, y del mismo modo toda acción y toda elección , parecen tender hacia algún bien; por esto se ha dicho con razón que el bien es aquello a que tienden todas las cosas.
Si realmente existe algún fin de nuestros actos que nosotros queremos por sí mismo, mientras que los demás fines por él, y no elegimos todo por otra cosa, pues así se procedería hasta el infinito, de tal manera que el deseo sería vano y vacío – es evidente que ese fin será el bien y el bien supremo. Si esto es así, hemos de precisar e intentar comprender de forma general en qué consiste este bien, y a qué ciencias o facultades implica.
 Podría parecer que depende de la más principal y más directiva u organizativa de las ciencias. Esta es, manifiestamente la ciencia política.
Dado que la política legisla qué es lo que se debe hacer y qué es lo que se debe evitar su fin constituye el bien supremo del hombre.
Y aunque el bien del individuo se identifica con el bien de la ciudad ( polis ), parece evidente que alcanzar el bien de la ciudad es mucho más grande y perfecto, porque si el bien es deseable conseguirlo cuando afecta a un solo individuo, es más hermoso y divino conseguirlo para un pueblo y las ciudades ( “ello es así dado que el hombre es, por naturaleza un ser o realidad social”, 1.7 ). Este es, pues, el objeto de nuestra investigación presente, que es, de alguna manera, una cierta disciplina política.
Volviendo a nuestra cuestión inicial, puesto que todo conocimiento y toda elección tienden a algún bien, ¿cuál es el bien que aspira a conseguir la política, y cuál es el bien supremo entre todos los bienes que pueden realizarse con nuestras actividades?
Existe un consentimiento general en relación a su nombre, pues tanto la multitud como los hombres cultivados dicen que es la felicidad y creen que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz. Pero acerca de la naturaleza misma de la felicidad no hay consentimiento ni unanimidad entre la multitud y los hombres cultivados. Unos creen que es alguna de las cosas visibles y manifiestas, como el placer o la riqueza o los honores; otros dan una respuesta distinta a la cuestión.
Pero algunos creen que, por encima de todos estos bienes, hay otro bien que es bueno por si mismo y que es la causa de que todos aquellos bienes sean tales. Este bien parece ser de forma especial la felicidad y ello es así porque la elegimos siempre por ella misma y nunca por otra cosa. Ella es lo más deseable de todo, aun sin añadirle nada. Así pues, según el parecer general, la felicidad es algo perfecto y autosuficiente ( autárquico ), por ser el fin de los actos. Parece oportuno mostrar con mayor claridad y precisión qué es realmente la felicidad. Quizás llegaríamos a esta claridad y precisión si comprendiéramos plenamente la función del hombre.
Si la función propia del hombre es la actividad del alma según la razón, o en parte según la razón y afirmamos por otra parte que esta función es específica del hombre y del hombre bueno; si ello es así, afirmamos que la función del hombre es un tipo de vida, y que este tipo de vida es la actividad del alma acompañada de las acciones razonables, y que la vida del hombre bueno consiste en estas mismas cosas hechas de un modo perfecto y bello, y realizadas cada una de ellas, según la virtud adecuada.
El bien propio del hombre, entonces es la actividad del alma en conformidad con la virtud, y si las virtudes son varias, en conformidad con lo mejor y más perfecta, y además a lo largo de la totalidad de la vida. Pues una golondrina no hace primavera, ni un solo día de sol, de igual modo, ni un solo día ni un tiempo muy corto hace venturoso y feliz a alguien.
Nuestro razonamiento está de acuerdo con los que pretenden que la felicidad consiste en la virtud, en general, o en alguna virtud en particular, pues la felicidad es, según nuestra opinión, la actividad del alma conforme a la virtud. Las acciones conformes a la virtud son agradables por sí mismas. La vida de los hombres virtuosos no necesita el placer como un añadido de su vida, es esta vida, la que es placer por si misma.
Sin embargo, es evidente que la felicidad no puede prescindir de los bienes exteriores. Pues es, en efecto, imposible, al menos difícil, hacer el bien cuando se carece de recursos. Muchas acciones exigen, como instrumentos de su realización, los amigos, la riqueza o un cierto poder político.
Aceptado que la felicidad es una actividad del alma conforme a la virtud perfecta, debemos tratar ahora, de la virtud. Llamamos virtud humana no a la del cuerpo, sino a la del alma, y afirmamos que la felicidad es una actividad del alma.
Las virtudes del alma son unas dianoéticas; las otras éticas, y así la sabiduría, la inteligencia y la prudencia son dianoéticas; y la liberalidad y la templanza éticas.
En efecto, cuando hablamos del carácter ( ethos ) no decimos que alguien es sabio o inteligente, sino que es amable o sobrio, y al sabio lo alabamos también por sus hábitos, y a los hábitos dignos de elogio los llamamos virtudes.
Ninguna de las virtudes éticas se produce en nosotros por naturaleza y ello es así, porque ninguna cosa natural puede ser modificada por la costumbre. Por tanto, las virtudes no se originan en nosotros por naturaleza, ni contra la naturaleza sino por estar dotadas de una aptitud natural para adquirirlas y perfeccionarlas mediante la costumbre.
Las virtudes éticas las adquirimos desde un principio mediante el ejercicio. La prueba de esto está en lo que ocurre en las polis; los legisladores hacen buenos a los ciudadanos haciéndoles adquirir buenas costumbres, y ésta es la intención de todo legislador y se equivocan todos aquellos legisladores que no actúan así. Por consiguiente, adquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos no sólo tiene importancia o mucha importancia, sino una importancia total.
Es necesario actuar según la recta razón, es un principio aceptado comúnmente y que damos por admitido como supuesto. Las acciones éticas deben realizarse con conocimiento, voluntariamente y con una actitud firme. A continuación debemos investigar qué es la virtud. Las virtudes son hábitos. Llamo hábito a todo aquello en virtud de lo cual nos comportamos correcta o incorrectamente respecto de las pasiones ( lo que nos afecta en el alma ); por ejemplo, nos comportamos incorrectamente respecto de la ira, si nuestra actitud es desproporcionada o parca y correctamente si obramos con medida, y lo mismo puede decirse respecto al miedo, envidia, alegría, deseo, celos, compasión, etc. y otras pasiones.
Sin embargo, no basta con decir que la virtud es un hábito, es necesario además aclarar que clase de hábito. La virtud del hombre será también el hábito por el cual el hombre se vuelve bueno y por el cual realiza bien su función propia.
La virtud ( ética ) tiene que ver tanto con pasiones como con acciones, y en ellas es posible tanto el exceso como el defecto y el término medio. El término medio es un acierto y es propio de la virtud y el exceso y el defecto son una equivocación.
La virtud, por tanto, es un hábito voluntario o electivo, que consiste en un término medio respecto a nosotros, determinado por la razón y por aquélla ( razón ) por la cual decidiría el hombre prudente.
El término medio es siempre un medio, entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto, pero vista desde lo mejor y del bien, es siempre un extremo.
Sin embargo, ni toda acción ni toda pasión admite el término medio, pues el mero nombre de alguna de ellas implica ya maldad, tal sucede con la malignidad, la desvergüenza y la envidia entre las pasiones; y el adulterio, el robo y el homicidio, entre las acciones. Ahora bien, no es suficiente con decir esto en general, sino que debe aplicarse a los casos particulares.
Así pues, respecto del miedo y la osadía, el valor es el término medio, el que se excede por osadía es un temerario, y el que se excede en el miedo y tiene un deficiente atrevimiento es un cobarde.
La indignación es término medio entre la envidia y la malignidad. Así el que se indigna lo que hace es sufrir por la prosperidad de los que no lo merecen; el envidioso, yendo más lejos, se aflige de la prosperidad de todos, y el maligno hasta se alegra.
Por todo ello es trabajoso ser bueno, y ello es así porque es trabajoso hallar el término medio en todas las cosas. Por eso, el bien no abunda y por eso es una cosa hermosa y laudable...”


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