“...Toda arte y toda investigación, y del mismo
modo toda acción y toda elección , parecen tender hacia algún bien; por esto se
ha dicho con razón que el bien es aquello a que tienden todas las cosas.
Si realmente existe algún fin de nuestros
actos que nosotros queremos por sí mismo, mientras que los demás fines por él,
y no elegimos todo por otra cosa, pues así se procedería hasta el infinito, de
tal manera que el deseo sería vano y vacío – es evidente que ese fin será el
bien y el bien supremo. Si esto es así, hemos de precisar e intentar comprender
de forma general en qué consiste este bien, y a qué ciencias o facultades
implica.
Dado que la política legisla qué es lo que se
debe hacer y qué es lo que se debe evitar su fin constituye el bien supremo del
hombre.
Y aunque el bien del individuo se identifica
con el bien de la ciudad ( polis ), parece evidente que alcanzar el bien de la
ciudad es mucho más grande y perfecto, porque si el bien es deseable
conseguirlo cuando afecta a un solo individuo, es más hermoso y divino
conseguirlo para un pueblo y las ciudades ( “ello es así dado que el hombre es,
por naturaleza un ser o realidad social”, 1.7 ). Este es, pues, el objeto de
nuestra investigación presente, que es, de alguna manera, una cierta disciplina
política.
Volviendo a nuestra cuestión inicial, puesto
que todo conocimiento y toda elección tienden a algún bien, ¿cuál es el bien
que aspira a conseguir la política, y cuál es el bien supremo entre todos los
bienes que pueden realizarse con nuestras actividades?
Existe un consentimiento general en relación
a su nombre, pues tanto la multitud como los hombres cultivados dicen que es la
felicidad y creen que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz. Pero
acerca de la naturaleza misma de la felicidad no hay consentimiento ni
unanimidad entre la multitud y los hombres cultivados. Unos creen que es alguna
de las cosas visibles y manifiestas, como el placer o la riqueza o los honores;
otros dan una respuesta distinta a la cuestión.
Pero algunos creen que, por encima de todos
estos bienes, hay otro bien que es bueno por si mismo y que es la causa de que
todos aquellos bienes sean tales. Este bien parece ser de forma especial la
felicidad y ello es así porque la elegimos siempre por ella misma y nunca por
otra cosa. Ella es lo más deseable de todo, aun sin añadirle nada. Así pues,
según el parecer general, la felicidad es algo perfecto y autosuficiente (
autárquico ), por ser el fin de los actos. Parece oportuno mostrar con mayor
claridad y precisión qué es realmente la felicidad. Quizás llegaríamos a esta
claridad y precisión si comprendiéramos plenamente la función del hombre.
Si la función propia del hombre es la
actividad del alma según la razón, o en parte según la razón y afirmamos por
otra parte que esta función es específica del hombre y del hombre bueno; si
ello es así, afirmamos que la función del hombre es un tipo de vida, y que este
tipo de vida es la actividad del alma acompañada de las acciones razonables, y
que la vida del hombre bueno consiste en estas mismas cosas hechas de un modo
perfecto y bello, y realizadas cada una de ellas, según la virtud adecuada.
El bien propio del hombre, entonces es la
actividad del alma en conformidad con la virtud, y si las virtudes son varias,
en conformidad con lo mejor y más perfecta, y además a lo largo de la totalidad
de la vida. Pues una golondrina no hace primavera, ni un solo día de sol, de
igual modo, ni un solo día ni un tiempo muy corto hace venturoso y feliz a
alguien.
Nuestro razonamiento está de acuerdo con los
que pretenden que la felicidad consiste en la virtud, en general, o en alguna
virtud en particular, pues la felicidad es, según nuestra opinión, la actividad
del alma conforme a la virtud. Las acciones conformes a la virtud son
agradables por sí mismas. La vida de los hombres virtuosos no necesita el placer
como un añadido de su vida, es esta vida, la que es placer por si misma.
Sin embargo, es evidente que la felicidad no
puede prescindir de los bienes exteriores. Pues es, en efecto, imposible, al
menos difícil, hacer el bien cuando se carece de recursos. Muchas acciones
exigen, como instrumentos de su realización, los amigos, la riqueza o un cierto
poder político.
Aceptado que la felicidad es una actividad
del alma conforme a la virtud perfecta, debemos tratar ahora, de la virtud.
Llamamos virtud humana no a la del cuerpo, sino a la del alma, y afirmamos que
la felicidad es una actividad del alma.
Las virtudes del alma son unas dianoéticas;
las otras éticas, y así la sabiduría, la inteligencia y la prudencia son
dianoéticas; y la liberalidad y la templanza éticas.
En efecto, cuando hablamos del carácter (
ethos ) no decimos que alguien es sabio o inteligente, sino que es amable o
sobrio, y al sabio lo alabamos también por sus hábitos, y a los hábitos dignos
de elogio los llamamos virtudes.
Ninguna de las virtudes éticas se produce en
nosotros por naturaleza y ello es así, porque ninguna cosa natural puede ser
modificada por la costumbre. Por tanto, las virtudes no se originan en nosotros
por naturaleza, ni contra la naturaleza sino por estar dotadas de una aptitud
natural para adquirirlas y perfeccionarlas mediante la costumbre.
Las virtudes éticas las adquirimos desde un
principio mediante el ejercicio. La prueba de esto está en lo que ocurre en las
polis; los legisladores hacen buenos a los ciudadanos haciéndoles adquirir
buenas costumbres, y ésta es la intención de todo legislador y se equivocan
todos aquellos legisladores que no actúan así. Por consiguiente, adquirir desde
jóvenes tales o cuales hábitos no sólo tiene importancia o mucha importancia,
sino una importancia total.
Es necesario actuar según la recta razón, es
un principio aceptado comúnmente y que damos por admitido como supuesto. Las
acciones éticas deben realizarse con conocimiento, voluntariamente y con una
actitud firme. A continuación debemos investigar qué es la virtud. Las virtudes
son hábitos. Llamo hábito a todo aquello en virtud de lo cual nos comportamos
correcta o incorrectamente respecto de las pasiones ( lo que nos afecta en el
alma ); por ejemplo, nos comportamos incorrectamente respecto de la ira, si
nuestra actitud es desproporcionada o parca y correctamente si obramos con
medida, y lo mismo puede decirse respecto al miedo, envidia, alegría, deseo,
celos, compasión, etc. y otras pasiones.
Sin embargo, no basta con decir que la virtud
es un hábito, es necesario además aclarar que clase de hábito. La virtud del
hombre será también el hábito por el cual el hombre se vuelve bueno y por el
cual realiza bien su función propia.
La virtud ( ética ) tiene que ver tanto con
pasiones como con acciones, y en ellas es posible tanto el exceso como el
defecto y el término medio. El término medio es un acierto y es propio de la
virtud y el exceso y el defecto son una equivocación.
La virtud, por tanto, es un hábito voluntario
o electivo, que consiste en un término medio respecto a nosotros, determinado
por la razón y por aquélla ( razón ) por la cual decidiría el hombre prudente.
El término medio es siempre un medio, entre
dos vicios, uno por exceso y otro por defecto, pero vista desde lo mejor y del
bien, es siempre un extremo.
Sin embargo, ni toda acción ni toda pasión
admite el término medio, pues el mero nombre de alguna de ellas implica ya
maldad, tal sucede con la malignidad, la desvergüenza y la envidia entre las
pasiones; y el adulterio, el robo y el homicidio, entre las acciones. Ahora
bien, no es suficiente con decir esto en general, sino que debe aplicarse a los
casos particulares.
Así pues, respecto del miedo y la osadía, el
valor es el término medio, el que se excede por osadía es un temerario, y el
que se excede en el miedo y tiene un deficiente atrevimiento es un cobarde.
La indignación es término medio entre la
envidia y la malignidad. Así el que se indigna lo que hace es sufrir por la
prosperidad de los que no lo merecen; el envidioso, yendo más lejos, se aflige
de la prosperidad de todos, y el maligno hasta se alegra.
Por todo ello es trabajoso ser bueno, y ello
es así porque es trabajoso hallar el término medio en todas las cosas. Por eso,
el bien no abunda y por eso es una cosa hermosa y laudable...”
Un buen aparte de Ética a Nicómaco.
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