"EL NOMBRE DE LA ROSA"
Umberto Eco
Textos seleccionados.
“De la rosa, lo único que nos queda, es su nombre”
“En el principio era el Verbo
y el Verbo era en Dios, y el Verbo era Dios. Esto era en principio, en Dios, y
el monje fiel debería repetir con salmodiante humildad ese acontecimiento
inmutable cuya verdad es la única que puede afirmarse con certeza
incontrovertible. Pero videmus nunc per speculum et in aenigmate ( vemos a
través de un espejo y entre enigmas ) y la verdad, antes de manifestarse a cara
descubierta, se muestra en fragmentos ( ¡ay, cuán ilegibles! ), mezclada con el
error de este mundo, de modo que debemos deletrear sus fieles signáculos
incluso allí donde nos parecen oscuros y casi forjados por una voluntad
orientada hacia el mal.” ( ... )
“Sin duda,
un monje debería amar humildemente sus libros, por el bien de estos últimos y
no para complacer su curiosidad personal, pero lo que para los legos es la
tentación del adulterio, y para el clero secular la avidez de riquezas, es para
los monjes la seducción del conocimiento ( ... ). No me asombré de que el
misterio de los crímenes girase en torno a la biblioteca. Para aquellos hombres
consagrados a la escritura, la biblioteca era al mismo tiempo la Jerusalén
celestial y un mundo subterráneo, situado en la frontera de la tierra
desconocida y el infierno. Estaban dominados por la biblioteca ( ... ) vivían
con ella, por ella, y, quizá, también contra ella, esperando, pecaminosamente,
poder arrancarle algún día todos sus secretos.
Tentaciones,
sin duda; soberbia del intelecto. Muy distinto era el monje escribiente que
había imaginado nuestro santo fundador, capaz de copiar sin entender, entregado
a la voluntad de Dios.
Mientras (
el saber ) permaneciera oculto, su prestigio y su fuerza seguirían intactos, a
salvo de la corrupción de las disputas ( ... ). Por eso, dije para mí, la
biblioteca está rodeada de un halo de silencio y oscuridad; es una reserva de
saber, pero sólo puede preservar ese saber impidiendo que llegue a cualquiera, incluidos
los propios monjes.”
( ... ) “Eran tantas las desgracias que habían
afligido a la abadía. ( ... ) Todos, sin excepción alguna, debían hacer un
severo examen de conciencia. ( ... ). Pero como alguien debía hablar, el Abad
proponía que la admonición viniera de quien por ser el más anciano de todos y
encontrarse ya cerca de la muerte, se hubiese menos visto en las pasiones
terrenales que tantos males habían ocasionado.
( ... ) “Queridísimos
hermanos- empezó diciendo, los cuatro muertos que afligen a nuestra abadía (
... ) no deben, lo sabéis, atribuirse a los rigores de la naturaleza. ( ... )
El que ha matado soportará ante Dios la carga de sus culpas, pero sólo porque
ha aceptado ser el intermediario de los
decretos de Dios ( ... ) ¡yo os digo que esta destrucción ha sido, si no
querida, al menos permitida por Dios para humillación de nuestra soberbia!.En
esta comunidad- prosiguió- serpentea desde hace mucho el áspid del orgullo.
Pero, ¿qué orgullo? ( ... ) El de interpretar su trabajo, ya no como custodia, sino como búsqueda de
alguna noticia que aún no haya sido
dada a los hombres.( ... ) Del trabajo de nuestra orden y en particular de este
monasterio, es parte, incluso esencial, el estudio y la custodia del saber. La
custodia, digo, no la búsqueda, porque lo propio del saber, cosa divina, es el
estar completo y fijado desde el comienzo en la perfección del verbo que se
expresa a sí mismo. ( ... ) No hay progreso, no hay revolución de las épocas en
las vicisitudes del saber, sino, a lo sumo, permanente y sublime
recapitulación. La historia humana marcha con movimiento incontenible desde la
creación, a través de la redención, hacia el retorno de Cristo triunfante, que
aparecerá rodeado de un nimbo, para juzgar a vivos y a muertos. Pero el saber
divino y humano no sigue ese curso: firme como una roca inconmovible, nos
permite, cuando somos capaces de escuchar su voz con humildad, seguir y
predecir ese curso, pero sin que éste haga mella en él. Yo soy el que es, dijo
el Dios de los hebreos, Yo soy el camino, la verdad y la vida, dijo Nuestro
Señor. Pues bien, el saber no es otra cosa que el atónito comentario de esas
dos verdades. Todo lo demás que se ha dicho
fue proferido por los profetas, los evangelistas, los padres y doctores
para iluminar esas dos sentencias. Y a veces algún comentario pertinente se
encuentra incluso en los paganos, que no los conocían, y cuyas palabras han
sido retomadas por la tradición cristiana. Pero aparte de eso no hay nada más
que decir. Sí, en cambio, que meditar una y otra vez, que glosar, que
conservar. Ésta y no otra, era y debería ser la misión de nuestra abadía, de su
espléndida biblioteca. Se cuenta que en cierta ocasión, un califa oriental
entregó a las llamas la biblioteca de una famosa ciudad ( ... ) porque, o bien repetían lo que ya
decía el Corán, y por tanto eran inútiles, o bien contradecían lo que afirmaba
ese libro que los infieles consideran sagrado, y por tanto eran dañinas. Los
doctores de la iglesia, y nosotros con ellos, no razonaron así.
Todo
aquello que contradice lo que ellas afirman no debe ser destruido, porque sólo
si se lo conserva es posible contradecirlo a su vez, por obra del que sea
capaz, y haya recibido la misión de hacerlo, del modo y en el momento que el
Señor disponga.
(
... ) Y yo digo a quien se ha empeñándose en romper los sellos de los libros
que le están vedados, que ése es el orgullo que el Señor ha querido castigar. (
... ) Pero ¿ quién es, en definitiva, el símbolo mismo de este orgullo?... ¡es
la bestia inmunda, el Anticristo!...”
(
... ) Nunca he dudado de la verdad de los signos, Adso, son lo único que tiene
el hombre para orientarse en el mundo. Lo que no comprendí fue la relación
entre los signos. He llegado hasta Jorge siguiendo un plan apocalíptico que parecía
gobernar todos los crímenes y sin embargo era causal. He llegado hasta Jorge
persiguiendo el plan de una mente perversa y razonadora, y no existía plan
alguno, o mejor dicho, el propio Jorge se le fue de la mano su plan inicial y
después empezó una cadena de causas ( ... ) que procedieron por su cuenta,
creando relaciones que ya no dependían de ningún plan. ¿ Donde está mi ciencia?
He sido un testarudo, he perseguido un simulacro de orden, cuando debía saber
muy bien que no existe orden en el universo. ( ... ) Es difícil aceptar la idea
de que no puede existir un orden en el universo, porque ofendería la libre
voluntad de Dios y su omnipotencia. Así, la libertad de Dios es nuestra
condena, o al menos la condena de nuestra soberbia.
Por
primera y última vez en mi vida me
atreví a extraer una conclusión teológica:
-
¿Pero cómo puede existir un ser necesario
totalmente penetrado de posibilidad? ¿Qué diferencia hay entre Dios y el caos
primigenio? Afirmar la absoluta omnipotencia de Dios y su absoluta disponibilidad
respecto de sus propias opciones, ¿ no equivale a demostrar que Dios no existe?
Guillermo
me miró sin que sus facciones expresarán el más mínimo sentimiento, y dijo:
-
¿Cómo podría un sabio seguir comunicando su
saber si respondiese afirmativamente a tu pregunta?
No
entendí el sentido de sus palabras:
-
¿Queréis decir – pregunté – que ya no habría
saber posible y comunicable si faltase el criterio mismo de verdad, o bien que
ya no podríais comunicar lo que sabéis, porque los otros no os lo permitirían?...”
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