XV-
Cualidades por las que los hombres y especialmente los príncipes, son loados
o criticados.
“...Muchos han imaginado repúblicas
y principados que nunca han sido vistos ni conocidos en la realidad, y es que
hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo habría que vivir, que el que no
se ocupa de lo que hace para preocuparse de lo que habría que hacer, aprende a
fracasar antes que a sobrevivir.
Porque es inevitable que un hombre
que quiera hacer en todas partes profesión de bueno se hunda entre tantos que
no lo son. Por eso es necesario que un príncipe que se quiera mantener aprenda
a no ser bueno, y a utilizar esa capacidad según la necesidad.
Sé que todos afirmarán que sería
enormemente loable que en un príncipe se encontraran, de todas las cualidades,
aquellas que se consideran buenas, pero puesto que no se puede tenerlas todas
ni observarlas en su totalidad, porque la condición humana no lo consiente, es
necesario que el príncipe sepa evitar con su prudencia la infamia de aquellos
vicios que le quitarían el Estado, y sepa guardarse, en lo posible de los que
no se lo quitarían; no obstante, si no es capaz, puede dejarse llevar por ellos
sin demasiado temor.
Y además no debe preocuparse de
incurrir en la infamia de aquellos vicios sin los cuales difícilmente podría
salvar al Estado, porque, si se examina todo atentamente, se encontrarán cosas
que parecen virtudes y sin embargo le llevarían a la ruina, y otras que parecen
vicios, de los que por el contrario, nacerían su seguridad y su bienestar.”
XVII- Crueldad y humanidad: ¿es mejor ser amado que temido, ¿o
viceversa?
“Todo príncipe debe desear que le
consideren piadoso y no cruel; sin
embargo, tiene que procurar no usar mal la piedad. Un príncipe no debe
preocuparse por tener fama de cruel para mantener a sus súbditos unidos y
fieles, porque, con muy pocos ejemplos, será más piadoso que aquellos que por
ser demasiado humanos dejan que sigan los desórdenes, de los que nacen
asesinatos y robos, porque éstos suelen perjudicar a la entera sociedad,
mientras que las ejecuciones que decreta el príncipe sólo ofenden a individuos
concretos.
Y de entre todos las cualidades,
evitar la fama de crueles, resulta imposible, especialmente para el príncipe
nuevo pues los Estados nuevos están llenos de peligros. Virgilio afirma por
boca de Dido:“La dureza de la situación y la necesidad del reino me obligan a tomar estas medidas y a defender ampliamente las
fronteras con soldados”(Virgilio, Eneida I, 563-564)
Esto da pie a una discusión: si
es mejor ser amado que temido, o a la inversa. La respuesta es que ambas
disposiciones son deseables, pero puesto que son difíciles de conciliar, en le
caso de que haya que prescindir de una de las dos, es más seguro, ser temido
que ser amado.
Porque, en general, se puede
afirmar que los hombres son ingratos, falsos y fingidores, cobardes ante el
peligro y ávidos de riquezas; y mientras los beneficies, son todos tuyos; te
ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos; pero cuando la necesidad se
acerca te dan la espalda.
Porque las amistades que se
adquieren a un precio, y no con la grandeza y la nobleza del alma, se compran
pero no se poseen, y en el momento necesario no se dispone de ellas.
A los hombres les da menos miedo
atacar a uno que se hace amar que a uno que se hace temer, porque el amor se
basa en un vínculo de obligación que los hombres, por su maldad, rompen cada
vez que se opone a su pequeño provecho, mientras que el temor se basa en un
miedo al castigo que nunca te abandona.
No obstante, el príncipe debe
hacerse temer de manera que, si no consigue el amor del pueblo, por lo menos
evite su odio, porque puede perfectamente ser temido sin ser odiado al mismo
tiempo, y lo conseguirá siempre que no
toque ni las posesiones ni las mujeres de sus ciudadanos y de sus súbditos. Y
si tiene que verter la sangre de alguno, que lo haga cuando exista una
justificación conveniente y una causa manifiesta; pero, sobre todo, no toques
las pertenencias de los demás, porque los hombres olvidan antes la muerte de su
padre que la pérdida de su patrimonio.
XVIII- De qué forma tiene que
mantener su palabra un príncipe.
“Cualquiera puede comprender lo
loable que resulta en un príncipe mantener la palabra dada y vivir con
integridad y no con astucia; no obstante, la experiencia de nuestros tiempos
demuestra que los príncipes que han hecho grandes cosas son los que han dado
poca importancia a su palabra y han sabido embaucar la mente de los hombres con
su astucia, y al final han superado a los que han actuado con lealtad.
Debéis saber, pues, que hay dos
formas de combatir: con las leyes y con la fuerza. La primera es propia del
hombre, la segunda de los animales; pero, puesto que muchas veces la primera no
es suficiente, conviene recurrir a la segunda. Por tanto, un príncipe debe
saber hacer buen uso tanto del animal como del hombre.
Por consiguiente, puesto que el príncipe necesita saber utilizar
provechosamente al animal, tiene que elegir de entre todos los animales al
zorro y al león, porque el león no se sabe defender de las redes y el zorro no
se puede defender de los lobos. Así, pues, hay que ser un zorro para conocer
las trampas, y un león para amedrentar a los lobos.
Y si todos los hombres fuesen buenos, este precepto no sería justo,
pero puesto que son malvados y no mantendrían su palabra contigo, tú no tienes
por qué mantenerla con ellos.
Y a un príncipe nunca le han faltado razones legítimas para excusar
su inobservancia. Los que han sabido hacer mejor uso del zorro son los que han
tenido más éxito. Pero esta cualidad hay que saberla ocultarla, y ser hábil
fingiendo y disimulando; los hombres son tan ingenuos, y responden tanto a la
necesidad del momento que quien engaña siempre encuentra a alguien que se deja
engañar.
No es necesario que un príncipe posea todas esas cualidades, pero sí
es muy necesario que parezca que las posee. Es mas, me atrevería a decir que poseerlas y observarlas siempre es
perjudicial, mientras fingir que se poseen es útil; es como parecer piadoso,
fiel, humano, íntegro, religioso; y además serlo realmente; pero, a la vez,
tener el ánimo dispuesto para poder saber cambiar a la cualidad opuesta, si es
necesario.
Un príncipe nuevo, no puede observar todas las cualidades que hacen
que se considere bueno a un hombre, ya que, para conservar el Estado, a menudo
necesita obrar contra la lealtad, contra la caridad, contra la humanidad y
contra la religión. Por eso tiene que tener el
ánimo dispuesto a cambiar según lo indiquen los vientos de la suerte y los
cambios de las cosas y, como dije antes, no separarse del bien, si puede, pero,
saber entrar en el mal, si es necesario.
Haga, pues, el príncipe lo
necesario para vencer y mantener el Estado, y los medios que utilice siempre
serán considerados honrados y serán alabados por todos.”
Cap. XXI – Qué debe hacer un
príncipe para ser estimado.
“Nada da tanto prestigio a un príncipe como afrontar grandes
empresas y dar de sí insólito ejemplo. Y sobre todo, un príncipe tiene que
ingeniárselas para dar una imagen de grandeza y de ingenio excepcional en todos
sus actos.
También gana un príncipe gran estima cuando es un amigo y un enemigo
de verdad, es decir, cuando se muestra sin ningún miedo a favor o
en contra de unos y de otros. Esa actitud siempre será más útil que quedarse
neutral (...) porque el vencedor no quiere amigos sospechosos que no le ayuden
en las adversidades, y el que pierde no te recibe si no has compartido su
suerte con las armas en la mano.
Y los príncipes indecisos,
para evitar los peligros presentes, la mayoría de las veces siguen la vía de la
neutralidad, y la mayoría de las veces fracasan. Las victorias nunca son tan decisivas como para que el vencedor no
tenga nada que temer, sobre todo de la justicia. Un príncipe también debe mostrar aprecio por las virtudes, premiando
a los hombres virtuosos, y honrando a los que destacan en una actividad. Además
de esto, en las épocas del año apropiadas, tiene que entretener al pueblo con
fiestas y espectáculos...”
C.XIX- Cómo evitar el desprecio y el odio.
“El príncipe, tiene que pensar
en evitar cualquier cosa que pueda provocar el odio y el desprecio, siempre que
consiga evitarlo, habrá cumplido con su deber y las demás infamias no supondrán
para él ningún peligro.
El desprecio nace cuando al príncipe se le considera inestable,
superficial e indeciso, algo que debe rehuir como si fuera un escollo en su
camino, e ingeniárselas para que en sus acciones se reconozcan grandeza, valor,
prudencia y fortaleza.
Los príncipes deben delegar en otros las tareas odiosas y ejecutar
ellos mismos las agradables. Los Estados bien organizados y los príncipes
sabios han procurado por todos los medios no llevar a la desesperación a los
grandes y satisfacer y contentar al pueblo ya que esta es una de las tareas más
importantes de un príncipe...”
*Textos
seleccionados de “El príncipe”(1513) de Nicolás Maquiavelo, Ed.
Planeta-De Agostini, Barcelona, 1995.
Extractos de los discursos de Maquiavelo sobre
las décadas de Tito Livio.
"Hombre en armas (Alejandro Magno)" - Rembrandtt |
“Cuando
la comunidad cuyo apoyo juzguéis necesario para mantenerte (ya se trate del
pueblo, los soldados o los grandes) está corrompida, te conviene adaptarte a su
ánimo para complacerla, y en ese caso las buenas acciones se vuelven en tu
contra.
Un príncipe no debe consentir jamás en bajar de su clase ni
abandonar nunca cosa ninguna, a no ser que él no pueda o crea no poder retener
lo que quieren obligarle a ceder.
Cuando
las cedes por miedo no es más que para ahorrarte una guerra, y con la mayor
frecuencia no la evitas. Aquel, a quien, por efecto de una visible cobardía,
hayas acordado lo que él quería, no parará en esto sólo. Querrá quitarte otras
cosas; y se enardecerá tanto más contra ti cuanto menos te estime a causa de tu
anterior cobardía...
(En cuanto a la religión) jamás hubo Estado ninguno al que no se
diera por fundamento la religión, y los más prevenidos de los fundadores
de los imperios le atribuyeron el mayor influjo posible en las cosas de la
política. La religión hacía felizmente pasar a las naciones de nativa ferocidad
a la sociabilidad de la civilización. Hay empresas dificultosas, peligrosas,
aun contrarias a la disposición natural de los pueblos, y, sin embargo,
necesarias para su prosperidad, a las que no es posible decidirlas más que
mostrándoles que están prescritas por la religión o que, a lo menos, se harán
ellas bajo sus auspicios. Los hombres son
malos todos con escasa diferencia, y el áncora del bien público está toda
entera en la bondad de las leyes, la cual consiste en hacer que los hombres se
abstengan, más por necesidad que por voluntad, de obrar mal.
Cuando, finalmente, la
corrupción llega a su colmo, el único
medio que queda para restablecer el orden es que un hombre solo se apodere de
la autoridad. Si tiene rectitud en sus intenciones, debe atraer las formas de
la constitución republicana mas bien hacia el Estado monárquico que hacia el
popular, a fin de que los ciudadanos que no puedan corregirse ya con las leyes
hallen un freno que los retenga con un poder casi real.
El querer hacerlos buenos,
empleando otros medios, exigiría muy crueles providencias o sería una cosa
totalmente imposible...”
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