lunes, 12 de marzo de 2012

..."Esquema del Psicoanálisis"...(Cap.1 al 5) Freud...




Prólogo:
"El propósito de este breve trabajo es reunir los principios del psicoanálisis y exponerlos, por así decir, dogmáticamente -de la manera más concisa y en los términos más inequívocos-. Su designio no es, desde luego, el de compeler a la creencia o el de provocar convicción. Las enseñanzas del psicoanálisis se basan en un número incalculable de observaciones y experiencias, y sólo quien haya repetido esas observaciones en sí mismo y en otros individuos está en condiciones de formarse un juicio propio sobre aquel.

1-El aparato psíquico
El psicoanálisis establece una premisa fundamental cuyo examen queda reservado al pensar filosófico y cuya justificación reside en sus resultados. De lo que llamamos nuestra psique (vida
anímica), nos son consabidos dos términos: en primer lugar, el órgano corporal y escenario de ella' el encéfalo (sistema nervioso) y, por otra parte, nuestros actos de conciencia, que son
dados inmediatamente y que ninguna descripción nos podría trasmitir. No nos es consabido,en cambio, lo que haya en medio; no nos es dada una referencia directa entre ambos puntos
terminales de nuestro saber. Si ella existiera, a lo sumo brindaría una localización precisa de los procesos de conciencia, sin contribuir en nada a su inteligencia. Nuestros dos supuestos se articulan con estos dos cabos o comienzos de nuestro saber. El
primer supuesto atañe a la localización(3). Suponemos que la vida anímica es la función de un aparato al que atribuimos ser extenso en el espacio y estar compuesto por varias piezas; nos lo representamos, pues, semejante a un telescopio, un microscopio, o algo así. Si dejamos de lado cierta aproximación ya ensayada, el despliegue consecuente de esa representación es una novedad científica. Hemos llegado a tomar noticia de este aparato psíquico por el estudio del desarrollo individual del ser humano. Llamamos ello a la más antigua de estas provincias o instancias psíquicas: su
contenido es todo lo heredado, lo que se trae con el nacimiento, lo establecido constitucionalmente; en especial, entonces, las pulsiones que provienen de la organización corporal, que aquí [en el ello] encuentran una primera expresión psíquica, cuyas formas son desconocidas {no consabidas} para nosotros.
Bajo el influjo del mundo exterior real-objetivo que nos circunda, una parte del ello ha experimentado un desarrollo particular; originaría m en te un estrato cortical dotado de los
órganos para la recepción de estímulos y de los dispositivos para la protección frente a estos,se ha establecido una organización particular que en lo sucesivo media entre el ello y el mundo
exterior. A este distrito de nuestra vida anímica le damos el nombre de yob.Los caracteres principales del yo. A consecuencia del vínculo preformado entre percepción sensorial y acción muscular, el yo dispone respecto de los movimientos voluntarios. Tiene la tarea de la autoconservación, y la cumple tomando hacia afuera noticia de los estímulos,almacenando experiencias sobre ellos (en la memoria), evitando estímulos hiperintensos(mediante la huida), enfrentando estímulos moderados (mediante la adaptación) y, por fin, aprendiendo a alterar el mundo exterior de una manera acorde a fines para su ventaja(actividad); y hacia adentro, hacia el ello, ganando imperio sobre las exigencias pulsionales,decidiendo si debe consentírseles la satisfacción, desplazando esta última a los tiempos y circunstancias favorables en el mundo exterior, o sofocando totalmente sus excitaciones. En su actividad es guiado por las noticias de las tensiones de estímulo presentes o registradas dentro de él: su elevación es sentida en general como un displacer, y su rebajamiento, como placer.
No obstante, es probable que lo sentido como placer y displacer no sean las alturas absolutas de esta tensión de estímulo, sino algo en el ritmo de su alteración. El yo aspira al placer, quiere
evitar el displacer. Un acrecentamiento esperado, previsto, de displacer es respondido con la señal de angustia; y su ocasión, amenace ella desde afuera o desde adentro, se llama peligro.
De tiempo en tiempo, el yo desata su conexión con el mundo exterior y se retira al estado del dormir, en el cual altera considerablemente su organización. Y del estado del dormir cabe
inferir que esa organización consiste en una particular distribución de la energía anímica. Como precipitado del largo período de infancia durante el cual el ser humano en crecimiento
vive en dependencia de sus padres, se forma dentro del yo una particular instancia en la que se prolonga el influjo de estos. Ha recibido el nombre de superyó. En la medida en que este
superyó se separa del yo o se contrapone a él, es un tercer poder que el yo se ve precisado at omar en cuenta.
Así las cosas, una acción del yo es correcta cuando cumple al mismo tiempo los requerimientos del ello, del superyó y de la realidad objetiva, vale decir, cuando sabe reconciliar entre sí sus exigencias. Los detalles del vínculo entre yo y superyó se vuelven por completo inteligibles reconduciéndolos a la relación del niño con sus progenitores. Naturalmente, en el influjo de los progenitores no sólo es eficiente la índole personal de estos,
sino también el influjo, por ellos propagado, de la tradición de la familia, la raza y el pueblo, así como los requerimientos del medio social respectivo, que ellos subrogan. De igual modo, en el
curso del desarrollo individual el superyó recoge aportes de posteriores continuadores y personas sustitutivas de los progenitores, como pedagogos, arquetipos públicos, ideales
venerados en la sociedad. Se ve que ello y superyó, a pesar de su diversidad fundamental,muestran una coincidencia en cuanto representan {repräsentieren} los influjos del pasado: el
ello, los del pasado heredado; el superyó, en lo esencial, los del pasado asumido por otros. En tanto, el yo está comandado principalmente por lo que uno mismo ha vivenciado, vale decir, lo
accidental y actual.Este esquema general del aparato psíquico habrá de considerarse válido también para los
animales superiores, semejantes al hombre en lo anímico. Cabe suponer un superyó siempre que exista un período prolongado de dependencia infantil, como en el ser humano. Y es
inevitable suponer una separación de yo y ello. La psicología animal no ha abordado todavía la interesante tarea que esto le plantea.
2-Doctrina de las pulsiones
El poder del ello expresa el genuino propósito vital del individuo. Consiste en satisfacer sus necesidades congénitas. Un propósito de mantenerse con vida y protegerse de peligros
mediante la angustia no se puede atribuir al ello. Esa es la tarea del yo, quien también tiene que hallar la manera más favorable y menos peligrosa de satisfacción con miramiento por el
mundo exterior. Aunque el superyó pueda imponer necesidades nuevas, su principal operación sigue siendo limitar las satisfacciones.Llamamos pulsiones a las fuerzas que suponemos tras las tensiones de necesidad del ello. Representan {repräsentieren} los requerimientos que hace el cuerpo a la vida anímica. Aunque causa última de toda actividad, son de naturaleza conservadora; de todo estado alcanzado por
un ser brota un afán por reproducir ese estado tan pronto se lo abandonó. Se puede, pues,distinguir un número indeterminado de pulsiones, y así se acostumbra hacer. Para nosotros es
sustantiva la posibilidad de que todas esas múltiples pulsiones se puedan reconducir a unas pocas pulsiones básicas. Hemos averiguado que las pulsiones pueden alterar su meta (por
desplazamiento); también, que pueden sustituirse unas a otras al traspasar la energía de una pulsión sobre otra. Tras larga vacilación y oscilación, nos hemos resuelto a aceptar sólo dos
pulsiones básicas: Eros y pulsión de destrucción. (La oposición entre pulsión de conservación de sí mismo y de conservación de la especie, así como la otra entre amor yoico y amor de
objeto, se sitúan en el interior del Eros.) La meta de la primera es producir unidades cada vez más grandes y, así, conservarlas, o sea, una ligazón {Bindung}; la meta de la otra es, al
contrario, disolver nexos y, así, destruir las cosas del mundo. Respecto de la pulsión de destrucción, podemos pensar que aparece como su meta última trasportar lo vivo al estado
inorgánico; por eso también la llamamos pulsión de muerte. Si suponemos que lo vivo advino más tarde que lo inerte y se generó desde esto, la pulsión de muerte responde a la fórmula
consignada, a saber, que una pulsión aspira al regreso a un estado anterior. En cambio, no podemos aplicar a Eros (o pulsión de amor) esa fórmula. Ello presupondría que
la sustancia viva fue otrora una unidad luego desgarrada y que ahora aspira a su reunificación En las funciones biológicas, las dos pulsiones básicas producen efectos una contra la otra o se
combinan entre sí. Así, el acto de comer es una destrucción del objeto con la meta última de la incorporación; el acto sexual, una agresión con el propósito de la unión más íntima. Esta acción
conjugada y contraria de las dos pulsiones básicas produce toda la variedad de las manifestaciones de la vida. Y más allá del reino de lo vivo, la analogía de nuestras dos pulsiones básicas lleva a la pareja de contrarios atracción y repulsión, que gobierna en lo
inorgánico. Alteraciones en la proporción de mezcla de las pulsiones tienen las más palpables consecuencias. Un fuerte suplemento de agresión sexual hace del amante un asesino con
estupro; un intenso rebajamiento del factor agresivo lo vuelve timorato o impotente. Ni hablar de que se pueda circunscribir una u otra de las pulsiones básicas a una de las
provincias anímicas. Se las tiene que topar por, doquier. Nos representamos un estado inicialde la siguiente manera: la íntegra energía disponible de Eros, que desde ahora llamaremos
libido, está presente en el yo-ello todavía indiferenciado [cf. AE, 23, pág. 148n.] y sirve para neutralizar las inclinaciones de destrucción simultáneamente presentes. (Carecemos de un
término análogo a «libido» para la energía de la pulsión de destrucción.) En posteriores estados nos resulta relativamente fácil perseguir los destinos de la libido; ello es más difícil
respecto de la pulsión de destrucción.Mientras esta última produce efectos en lo interior como pulsión de muerte, permanece muda; sólo comparece ante nosotros cuando es vuelta hacia afuera como pulsión de destrucción. Que esto acontezca parece una necesidad objetiva para la conservación del individuo. El
sistema muscular sirve a esta derivación. Con la instalación del superyó, montos considerables de la pulsión de agresión son fijados en el interior del yo y allí ejercen efectos autodestructivos.
Es uno de los peligros para su salud que el ser humano toma sobre sí en su camino dedesarrollo cultural. Retener la agresión es en general insano, produce un efecto patógeno
(mortificación) . El tránsito de una agresión impedida hacia una destrucción de sí mismo por vuelta de la agresión hacia la persona propia suele ilustrarlo una persona en el
ataque de furia, cuando se mesa los cabellos y se golpea el rostro con los puños, en todo lo cual es evidente que ella habría preferido infligir a otro ese tratamiento. Una parte de
destrucción de sí permanece en lo interior, sean cuales fueren las circunstancias, hasta que al fin consigue matar al individuo, quizá sólo cuando la libido de este se ha consumido o fijado de
una manera desventajosa. Así, se puede conjeturar, en general, que el individuo muere a raíz de sus conflictos internos; la especie, en cambio, se extingue por su infructuosa lucha contra el
mundo exterior, cuando este último ha cambiado de una manera tal que no son suficientes las adaptaciones adquiridas por aquella.
Es difícil enunciar algo sobre el comportamiento de la libido dentro del ello y dentro del
superyó. Todo cuanto sabemos acerca de esto se refiere al yo, en el cual se almacena inicialmente todo el monto disponible de libido. Llamamos narcisismo primario absoluto a ese
estado. Dura hasta que el yo empieza a investir con libido las representaciones de objetos, a trasponer libido narcisista en libido de objeto. Durante toda la vida, el yo sigue siendo el gran
reservorio desde el cual investiduras libidinales son enviadas a los objetos y al interior del cual se las vuelve a retirar, tal como un cuerpo protoplasmático procede con sus seudópodos (ver
nota. Sólo en el estado de un enamoramiento total se trasfiere sobre el objeto el monto principal de la libido, el objeto se pone {setzen sich} en cierta medida en el lugar del yo. Un carácter de importancia vital es la movilidad de la libido, la presteza con que ella traspasa deun objeto a otro objeto. En oposición a esto se sitúa la fijación de la libido en determinadosobjetos, que a menudo dura la vida entera. Es innegable que la libido tiene fuentes somáticas, y afluye al yo desde diversos órganos y
partes del cuerpo. Esto se ve de la manera más nítida en aquel sector de la libido que de acuerdo con su meta pulsional, se designa «excitación sexual». Entre los lugares del cuerpo de
los que parte esa libido, los más destacados se señalan con el nombre de zonas erógenas ,pero en verdad el cuerpo íntegro es una zona erógena tal. Lo mejor que sabemos sobre Eros,
o sea sobre su exponente, la libido, se adquirió por el estudio de la función sexual, la cual en la concepción corriente -aunque no en nuestra teoría- se superpone con Eros. Pudimos formarnos una imagen del modo en que la aspiración sexual, que está destinada a influir de manera decisiva sobre nuestra vida, se desarrolla poco a poco desde las alternantes contribuciones de varias pulsiones parciales, subrogantes de determinadas zonas erógenas.

3-El desarrollo de la
función sexual.

Según la concepción corriente, la vida sexual humana consistiría, en lo esencial, en el afán de poner en contacto los genitales propios con los de una persona del otro sexo. Besar, mirar y
tocar ese cuerpo ajeno aparecen ahí como unos fenómenos concomitantes y unas acciones introductorias. Ese afán emergería con la pubertad -vale decir, a la edad de la madurez
genésica- al servicio de la reproducción. No obstante, siempre fueron notorios ciertos hechosque no calzaban en el marco estrecho de esta concepción: 1) Curiosamente, hay personas
para quienes sólo individuos del propio sexo y sus genitales poseen atracción. 2) Es también curioso que ciertas personas, cuyas apetencias se comportan en un todo como si fueran
sexuales, prescinden por completo de las partes genésicas o de su empleo normal; a tales seres humanos se los llama «perversos». 3) Es llamativo, para concluir, que muchos niños,considerados por esta razón degenerados, muestren muy tempranamente un interés por sus genitales y por los signos de excitación de estos.
Bien se comprende que el psicoanálisis provocara escándalo y contradicción cuando,retomando en parte estos tres menospreciados hechos, contradijo todas las opiniones
populares sobre la sexualidad. Sus principales resultados son los siguientes:
a. La vida sexual no comienza sólo con la pubertad, sino que se inicia enseguida después del nacimiento con nítidas exteriorizaciones.
b. Es necesario distinguir de manera tajante entre los conceptos de «sexual» y de «genital». El primero es el más extenso, e incluye muchas actividades que nada tienen que ver con losgenitales.
c. La vida sexual incluye la función de la ganancia de placer a partir de zonas del cuerpo,función que es puesta con posterioridad {nachträglich} al servicio de la reproducción. Es
frecuente que ambas funciones no lleguen a superponerse por completo.El principal interés se dirige, desde luego, a la primera tesis, de todas la más inesperada. Se ha demostrado que, a temprana edad, el niño da señales de una actividad corporal a la quesólo un antiguo prejuicio pudo rehusar el nombre de sexual, y a la que se conectan fenómenospsíquicos que hallamos más tarde en la vida amorosa adulta; por ejemplo, la fijación adeterminados objetos, los celos, etc. Pero se comprueba, además, que estos fenómenos queemergen en la primera infancia responden a un desarrollo acorde a ley, tienen unacrecentamiento regular, alcanzando un punto culminante hacia el final del quinto año de vida,a lo que sigue un período de reposo. En el curso de este se detiene el progreso, mucho es desaprendido e involuciona. Trascurrido este período, llamado «de latencia», la vida sexual
prosigue con la pubertad; podríamos decir: vuelve a aflorar. Aquí tropezamos con el hecho de una acometida en dos tiempos de la vida sexual, desconocida fuera del ser humano y que,
evidentemente, es muy importante para la hominización (ver nota. No es indiferente quel os eventos de esta época temprana de la sexualidad sean víctima, salvo unos restos, de la amnesia infantil. Nuestras intuiciones sobre la etiología de las neurosis y nuestra técnica de terapia analítica se anudan a estas concepciones. El estudio de los procesos de desarrollo de esa época temprana también ha brindado pruebas para otras tesis.
El primer órgano que aparece como zona erógena y propone al alma una exigencia libidinosa es, a partir del nacimiento, la boca. Al comienzo, toda actividad anímica se acomoda de
manera de procurar satisfacción a la necesidad de esta zona. Desde luego, ella sirve en primer término a la autoconservación por vía del alimento, pero no es lícito confundir fisiología con
psicología. Muy temprano, en el chupeteo en que el niño persevera obstinadamente se evidencia una necesidad de satisfacción que -si bien tiene por punto de partida la recepción de alimento y es incitada por esta- aspira a una ganancia de placer independiente de la nutrición,y que por eso puede y debe ser llamada sexual.Ya durante esta fase «oral» entran en escena, con la aparición de los dientes, unos impulsossádicos aislados. Ello ocurre en medida mucho más vasta en la segunda fase, que llamamos«sádico-anal» porque aquí la satisfacción es buscada en la agresión y en la función excretoria.Fundamos nuestro derecho a anotar bajo el rótulo de la libido las aspiraciones agresivas en laconcepción de que el sadismo es una mezcla pulsional de aspiraciones puramente libidinosascon otras destructivas puras, una mezcla que desde entonces no se cancela más.
La tercera fase es la llamada «fálica», que, por así decir como precursora, se asemeja ya en un todo a la plasmación última de la vida sexual. Es digno de señalarse que no desempeñan un papel aquí los genitales de ambos sexos, sino sólo el masculino (falo). Los genitales femeninos permanecen por largo tiempo ignorados; el niño, en su intento de comprender los procesos sexuales, rinde tributo a la venerable teoría de la cloaca, que tiene su justificación genética.
Con la fase fálica, y en el trascurso de ella, la sexualidad de la primera infancia alcanza su apogeo y se aproxima al sepultamiento. Desde entonces, varoncito y niña tendrán destinos
separados. Ambos empezaron por poner su actividad intelectual al servicio de la investigaciónsexual, y ambos parten de la premisa de la presencia universal del pene. Pero ahora los
caminos de los sexos se divorcian. El varoncito entra en la fase edípica, inicia el quehacermanual con el pene, junto a unas fantasías simultáneas sobre algún quehacer sexual de este
pene en relación con la madre, hasta que el efecto conjugado de una amenaza de castración y la visión de la falta de pene en la mujer le hacen experimentar el máximo trauma de su vida,
iniciador del período de latencia con todas sus consecuencias. La niña, tras el infructuoso intento de emparejarse al varón, vivencia el discernimiento de su falta de pene o, mejor, de su
inferioridad clitorídea, con duraderas consecuencias para el desarrollo del carácter; y a menudo, a raíz de este primer desengaño en la rivalidad, reacciona lisa y llanamente con un
primer extrañamiento de la vida sexual.Se caería en un malentendido si se creyera que estas tres fases se relevan unas a otras de manera neta; una viene a agregarse a la otra, se superponen entre sí, coexisten juntas. En las fases tempranas, las diversas pulsiones parciales parten con recíproca independencia a la consecución de placer; en la fase fálica se tienen los comienzos de una organización que subordina las otras aspiraciones al primado de los genitales y significa el principio del ordenamiento de la aspiración general de placer dentro de la función sexual. La organización plena sólo se alcanza en la pubertad, en una cuarta fase, «genital». Así queda establecido un
estado en que: 1) se conservan muchas investiduras libidinales tempranas; 2) otras son acogidas dentro de la función sexual como unos actos preparatorios, de apoyo, cuya satisfacción da por resultado el llamado «placer previo», y 3) otras aspiraciones son excluidas de la organización y son por completo sofocadas (reprimidas) o bien experimentan una aplicación diversa dentro del yo, forman rasgos de carácter, padecen sublimaciones con
desplazamiento de meta. Este proceso no siempre se consuma de manera impecable. Las inhibiciones en su desarrollo se presentan como las múltiples perturbaciones de la vida sexual. En tales casos han preexistido fijaciones de la libido a estados de fases más tempranas, cuya aspiración,independiente de la meta sexual normal, es designada perversión. Una inhibición así del
desarrollo es, por ejemplo, la homosexualidad cuando es manifiesta. El análisis demuestra que una ligazón de objeto homosexual preexistía en todos los casos y, en la mayoría, se conservó latente. Las constelaciones se complican por el hecho de que, en general, no es que los procesos requeridos para producir el desenlace normal se consumen o estén ausentes a
secas, sino que se consuman de manera parcial, de suerte que la plasmación final depende de estas relaciones cuantitativas. En tal caso, se alcanza, sí, la organización genital, pero debilitada en los sectores de libido que no acompañaron ese desarrollo y permanecieron fijados a objetos y metas pregenitales. Ese debilitamiento se muestra en la inclinación de la libido a retroceder hasta las investiduras pregenitales anteriores (regresión) en caso de no satisfacción genital o de dificultades objetivas. Durante el estudio de las funciones sexuales pudimos obtener una primera y provisional convicción o, mejor dicho, una vislumbre de dos íntelecciones que más tarde se revelarán
importantes por todo este ámbito. La primera, que los fenómenos normales y anormales que observamos (es decir, la fenomenología) demandan ser descritos desde el punto de vista de la dinámica y la economía (en nuestro caso, la distribución cuantitativa de la libido); y la segunda,que la etiología de las perturbaciones por nosotros estudiadas se halla en la historia de desarrollo, o sea, en la primera infancia del individuo.

4-Cualidades psíquicas

Hemos descrito el edificio del aparato psíquico, las energías o fuerzas activas en su interior, y con relación a un destacado ejemplo estudiamos el modo en que estas energías,
principalmente la libido, se organizan en una función fisiológica al servicio de la conservación de la especie. Pero nada de ello subrogaba el carácter enteramente peculiar de lo psíquico,
prescindiendo, desde luego, del hecho empírico de que ese aparato y esas energías están en la base de las funciones que llamamos nuestra vida anímica. Ahora pasamos a lo que es
característico y único de eso psíquico, y aun, de acuerdo con una muy difundida opinión, coincide con lo psíquico por exclusión de lo otro.El punto de partida para esta indagación lo da el hecho de la conciencia, hecho sin parangón,que desafía todo intento de explicarlo y describirlo. Y, sin embargo, sí uno habla de conciencia,sabe de manera inmediata y por su experiencia personal más genuina lo que se mienta con ello. Muchos, situados tanto dentro de la ciencia como fuera de ella, se conforman con adoptar el supuesto de que la conciencia es, sólo ella, lo psíquico, y entonces en la psicología no resta por hacer más que distinguir en el interior de la fenomenología psíquica entre percepciones, sentimientos, procesos cognitivos y actos de voluntad. Ahora
bien, hay general acuerdo en que estos procesos concientes no forman unas series sin lagunas, cerradas en sí mismas, de suerte que no habría otro expediente que adoptar el supuesto de unos procesos físicos o somáticos concomitantes de lo psíquico, a los que parece preciso atribuir una perfección mayor que a las series psíquicas, pues algunos de ellos tienen procesos concientes paralelos y otros no. Esto sugiere de una manera natural poner el acento,en psicología, sobre estos procesos somáticos, reconocer en ellos lo psíquico genuino y buscar una apreciación diversa para los procesos concientes. Ahora bien, la mayoría de los filósofos, y muchos otros aún, se revuelven contra esto y declaran que algo psíquico inconciente sería un contrasentido.
Sin embargo, tal es la argumentación que el psicoanálisis se ve obligado a adoptar, y este es su segundo supuesto fundamental [cf. AE, 23, pág. 143]. Declara que esos procesos concomitantes presuntamente somáticos son lo psíquico genuino, y para hacerlo prescinde al comienzo de la cualidad de la conciencia. Y no está solo en esto. Muchos pensadores, por ejemplo Theodor Lipps, han formulado lo mismo con iguales palabras, y el universaldescontento con la concepción usual de lo psíquico ha traído por consecuencia que algún concepto de lo inconciente demandara, con urgencia cada vez mayor, ser acogido en el pensar psicológico, sí bien lo consiguió de un modo tan impreciso e inasible que no pudo cobrar influjo alguno sobre la ciencia.
No obstante que en esta diferencia entre el psicoanálisis y la filosofía pareciera tratarse sólo de un desdeñable problema de definición sobre si el nombre de «psíquico» ha de darse a esto o a
estotro, en realidad ese paso ha cobrado una significatividad enorme. Mientras que la psicología de la conciencia nunca salió de aquellas series lagunosas, que evidentemente dependen de otra cosa, la concepción según la cual lo psíquico es en sí inconciente permite configurar la psicología como una ciencia natural entre las otras. Los procesos de que se ocupa son en sí tan indiscernibles como los de otras ciencias, químicas o físicas, pero es posible establecer las leyes a que obedecen, perseguir sus vínculos recíprocos y sus relaciones de dependencia sin dejar lagunas por largos trechos -o sea, lo que se designa como
entendimiento del ámbito de fenómenos naturales en cuestión-. Para ello, no puede prescindir de nuevos supuestos ni de la creación de conceptos nuevos, pero a estos no se los ha d
menospreciar como testimonios de nuestra perplejidad, sino que ha de estimárselos como enriquecimientos de la ciencia; poseen títulos para que se les otorgue, en calidad de aproximaciones, el mismo valor que a las correspondientes construcciones intelectuales auxiliares de otras ciencias naturales, y esperan ser modificados, rectificados y recibir una definición más fina mediante una experiencia acumulada y tamizada. Por tanto, concuerda en un todo con nuestra expectativa que los conceptos fundamentales de la nueva ciencia, sus principios (pulsión, energía nerviosa, entre otros), permanezcan durante largo tiempo tan imprecisos como los de las ciencias más antiguas (fuerza, masa, atracción).Todas las ciencias descansan en observaciones y experiencias mediadas por nuestro aparato psíquico; pero como nuestra ciencia tiene por objeto a ese aparato mismo, cesa la analogía.Hacemos nuestras observaciones por medio de ese mismo aparato de percepción, justamente con ayuda de las lagunas en el interior de lo psíquico, en la medida en que completamos lofaltante a través de unas inferencias evidentes y lo traducimos a material conciente. De tals uerte, establecemos, por así decir, una serie complementaria conciente de lo psíquico
inconciente. Sobre el carácter forzoso de estas inferencias reposa la certeza relativa de nuestra ciencia psíquica. Quien profundice en este trabajo hallará que nuestra técnica resiste cualquier crítica. En el curso de ese trabajo se nos imponen los distingos que designamos como cualidades psíquicas. En cuanto a lo que llamamos «conciente», no hace falta que lo caractericemos; es
lo mismo que la conciencia de los filósofos y de la opinión popular. Todo lo otro psíquico es para nosotros lo «inconciente». Enseguida nos vemos llevados a suponer dentro de eso
inconciente una importante separación. Muchos procesos nos devienen con facilidad concientes, y si luego no lo son más, pueden devenirlo de nuevo sin dificultad; como se suele
decir, pueden ser reproducidos o recordados. Esto nos avisa que la conciencia en general no es sino un estado en extremo pasajero. Lo que es conciente, lo es sólo por un momento. Si
nuestras percepciones no corroboran esto, no es más que una contradicción aparente; se debea que los estímulos de la percepción pueden durar un tiempo más largo, siendo así posible
repetir la percepción de ellos. Todo este estado de cosas se vuelve más nítido en torno de la percepción conciente de nuestros procesos cognitivos, que por cierto también perduran, pero
de igual modo pueden discurrir en un instante. Entonces, preferimos llamar «susceptible de conciencia» o preconciente a todo lo inconciente que se comporta de esa manera -o sea, que
puede trocar con facilidad el estado inconciente por el estado conciente-. La experiencia nos ha enseñado que difícilmente exista un proceso psíquico, por compleja que sea su naturaleza,
que no pueda permanecer en ocasiones preconciente aunque por regla general se adelante hasta la conciencia, como lo decimos en nuestra terminología. Otros procesos psíquicos, otros
contenidos, no tienen un acceso tan fácil al devenir-conciente, sino que es preciso inferirlos de la manera descrita, corregirlos y traducirlos a expresión conciente. Para estos reservamos el
nombre de «lo inconciente genuino».Así pues, hemos atribuido a los procesos psíquicos tres cualidades: ellos son concientes,
preconcientes o inconcientes. La separación entre las tres clases de contenidos que llevan esas cualidades no es absoluta ni permanente. Lo que es preconciente deviene conciente,
según vemos, sin nuestra colaboración; lo inconciente puede ser hecho conciente en virtud denuestro empeño, a raíz de lo cual es posible que tengamos a menudo la sensación de haber vencido unas resistencias intensísimas. Cuando emprendemos este intento en otro individuo, no debemos olvidar que el llenado conciente de sus lagunas perceptivas, la construcción que le proporcionamos, no significa todavía que hayamos hecho conciente en él mismo el contenido inconciente en cuestión. Es que este contenido al comienzo está presente en él en una fijación doble: una vez, dentro de la reconstrucción conciente que ha escuchado, y,
además, en su estado inconciente originario. Luego, nuestro continuado empeño consigue las más de las veces que eso inconciente le devenga conciente a él mismo, por obra de lo cual las dos fijaciones pasan a coincidir. La medida de nuestro empeño, según la cual estimamos nosotros la resistencia al devenir-conciente, es de magnitud variable en cada caso. Por
ejemplo, lo que en el tratamiento analítico es el resultado de nuestro empeño puede acontecer también de una manera espontánea, un contenido de ordinario inconciente puede mudarse en uno preconciente y luego devenir conciente, como en vasta escala sucede en estados psicóticos. De esto inferimos que el mantenimiento de ciertas resistencias internas es una condición de la normalidad. Un relajamiento así de las resistencias, con el consecuente avancede un contenido inconciente, se produce de manera regular en el estado del dormir, con lo cual queda establecida la condición para que se formen sueños. A la inversa, un contenido preconciente puede ser temporariamente inaccesible, estar bloqueado por resistencias, como
ocurre en el olvido pasajero (escaparse algo de la memoria), o aun cierto pensamiento preconciente puede ser trasladado temporariamente al estado inconciente, lo que parece ser la
condición del chiste. Veremos que una mudanza hacia atrás como esta, de contenidos (o procesos) preconcientes al estado inconciente, desempeña un gran papel en la causación de
perturbaciones neuróticas.
Expuesta así, con esa generalidad y simplificación, la doctrina de las tres cualidades de lo psíquico más parece una fuente de interminables confusiones que un aporte al esclarecimiento. Pero no se olvide que en verdad no es una teoría, sino una primera rendiciónde cuentas sobre los hechos de nuestras observaciones; ella se atiene con la mayor cercanía posible a esos hechos, y no intenta explicarlos. Y acaso las complicaciones que pone en
descubierto permitan aprehender las particulares dificultades con que tiene que luchar nuestra investigación. Pero cabe conjeturar que esta doctrina se nos hará más familiar cuando estudiemos los vínculos que se averiguan entre las cualidades psíquicas y las provincias o instancias del aparato psíquico, por nosotros supuestas. Es cierto que tampoco estos vínculos tienen nada de simples. El devenir-conciente se anuda, sobre todo, a las percepciones que nuestros órganos sensoriales obtienen del mundo exterior. Para el abordaje tópico, por tanto, es un sucede en el estrato cortical más exterior del yo. Es cierto que también recibirnos noticias concientes del interior del cuerpo, los sentimientos, y aun ejercen estos un influjo más imperioso sobre nuestra vida anímica que las percepciones externas; además, bajo ciertas circunstancias, también los órganos de los sentidos brindan sentimientos, sensaciones de dolor, diversas de sus percepciones específicas. Pero dado que estas sensaciones, como se las llama para distinguirlas de las percepciones concientes, parten también de los órganos terminales, y a todos estos los concebimos como prolongación, como unos emisarios del
estrato cortical, podemos mantener la afirmación anterior. La única diferencia sería que para los órganos terminales, en el caso de las sensaciones y sentimientos, el cuerpo mismo
sustituiría al mundo exterior.
Unos procesos concientes en la periferia del yo, e inconciente todo lo otro en el interior del yo:ese sería el más simple estado de cosas que deberíamos adoptar como supuesto. Acaso sea
la relación que efectivamente exista entre los animales; en el hombre se agrega una complicación en virtud de la cual también procesos interiores del yo pueden adquirir la cualidad
de la conciencia. Esto es obra de la función del lenguaje, que conecta con firmeza los contenidos del yo con restos mnémicos de las percepciones visuales, pero, en particular, de las
acústicas. A partir de ahí, la periferia percipiente del estrato cortical puede ser excitada desde adentro en un radio mucho mayor, pueden devenir concientes procesos internos, así como
decursos de representación y procesos cognitivos, y es menester un dispositivo particular que diferencie entre ambas posibilidades, el llamado examen de realidad: La equiparación
percepción = realidad objetiva (mundo exterior) se ha vuelto cuestionable. Errores que ahora se producen con facilidad, y de manera regular en el sueño, reciben el nombre de alucinaciones.
El interior del yo, que abarca sobre todo los procesos cognitivos, tiene la cualidad de lo preconciente. Esta cualidad es característica del yo, le corresponde sólo a él. Sin embargo, no
sería correcto hacer de la conexión con los restos mnémicos del lenguaje la condición delestado preconciente; antes bien, este es independiente de aquella, aunque la presencia de esa conexión permite inferir con certeza la naturaleza preconciente del proceso. No obstante, el estado preconciente, singularizado por una parte en virtud de su acceso a la conciencia y, por
la otra, merced a su enlace con los restos de lenguaje, es algo particular, cuya dos caracteres no agotan. La prueba de ello es que grandes sectores del yo, sobre todo del superyó -al cual no se le puede cuestionar el carácter de lo preconciente-, las más de las
veces permanecen inconcientes en el sentido fenomenológico. No sabemos por qué es preciso que sea así. Más adelante intentaremos abordar el problema de averiguar la efectiva
naturaleza de lo preconciente. Lo inconciente es la cualidad que gobierna de manera exclusiva en el interior del ello. Ello e
inconciente se co-pertenecen de manera tan íntima como yo y preconciente, y aun la relaciónes en el primer caso más excluyente aún. Una visión retrospectiva sobre la historia de
desarrollo de la persona y su aparato psíquico nos permite comprobar un sustantivo distingo en el interior del ello. Sin duda que en el origen todo era ello; el yo se ha desarrollado por el
continuado influjo del mundo exterior sobre el ello. Durante ese largo desarrollo, ciertos contenidos del ello se mudaron al estado preconciente y así fueron recogidos en el yo. Otros permanecieron inmutados dentro del ello como su núcleo, de difícil acceso. Pero en el curso de ese desarrollo, el yo joven y endeble devuelve hacia atrás, hacia el estado inconciente, ciertos
contenidos que ya había acogido, los abandona, y frente a muchas impresiones nuevas que habría podido recoger se comporta de igual modo, de suerte que estas, rechazadas, sólo podrían dejar como secuela una huella en el ello. A este último sector del ello lo llamamos, por miramiento a su génesis, lo reprimido (es forzado al desalojo). Importa poco que no siempre podamos distinguir de manera tajante entre estas dos categorías en el interior del ello.
Coinciden, aproximadamente, con la separación entre lo congénito originario y lo adquirido en el curso del desarrollo yoico. Ahora bien, si nos hemos decidido a la descomposición tópica del aparato psíquico en yo y ello, con la cual corre paralelo el distingo de la cualidad de preconciente e inconciente, y hemos considerado esta cualidad sólo como un indicio del distingo, no como su esencia, ¿en qué consiste la naturaleza genuina del estado que se denuncia en el interior del ello por la cualidad de lo inconciente, y en el interior del yo por la de lo preconciente, y en qué consiste el distingo
entre ambos? Pues bien; sobre eso nada sabemos, y desde el trasfondo de esta ignorancia, envuelto enprofundas tinieblas, nuestras escasas intelecciones se recortan harto mezquinas. Nos hemos aproximado aquí al secreto de lo psíquico, en verdad todavía no revelado. Suponemos, según estamos habituados a hacerlo por otras ciencias naturales, que en la vida anímica actúa una clase de energía, pero nos falta cualquier asidero para acercarnos a su conocimiento por analogía con otras formas de energía. Creemos discernir que la energía nerviosa o psíquica se
presenta en dos formas, una livianamente móvil y una más bien ligada; hablamos de investiduras y sobreinvestiduras de los contenidos, y aun aventuramos la conjetura de que una
«sobreinvestidura» establece una suerte de síntesis de diversos procesos, en virtud de la energía libre es traspuesta en energía ligada. Si bien no hemos avanzado más allá de ese
punto, sostenemos la opinión de que el distingo entre estado inconciente y preconciente se sitúa en constelaciones dinámicas de esa índole, lo cual permitiría entender que uno de ellos
pueda ser trasportado al otro de manera espontánea o mediante nuestra colaboración. Tras todas estas incertidumbres se asienta, empero, un hecho nuevo cuyo descubrimiento ,debemos a la investigación psicoanalítica. Hemos averiguado que los procesos de lo inconciente o del ello obedecen a leyes diversas que los producidos en el interior del yo preconciente. A esas leyes, en su totalidad, las llamamos proceso primario, por oposición al
proceso secundario que regula los decursos en lo preconciente, en el yo. De este modo, pues,el estudio de las cualidades psíquicas no se habría revelado infecundo a la postre.

5-La interpretación de los
sueños

La indagación de estados normales, estables, en los que las fronteras del yo respecto del ello
están aseguradas mediante resistencias (contrainvestiduras), en los que esas fronteras no se han movido y el superyó no se distingue del yo pues ambos trabajan de consuno, una indagación así, decimos, nos aportaría escaso sclarecimiento. Sólo podrán hacernos adelantar los estados de conflicto y de sublevación, cuando el contenido del ello inconciente tiene perspectivas de penetrar en la conciencia y el yo ha vuelto a ponerse en guardia contra su intrusión. Sólo bajo estas condiciones podemos hacer las observaciones que confirmen o
rectifiquen nuestras noticias sobre ambos copartícipes. Ahora bien, un estado así es el dormir nocturno, y por eso mismo la actividad psíquica en el dormir, que percibimos como sueño, es
nuestro objeto de estudio más propicio. Además, de ese modo evitamos el reproche, oído con tanta frecuencia, de que nosotros construiríamos la vida anímica normal siguiendo los
hallazgos de la patología; en efecto, el sueño es un suceso regular en la vida de los seres humanos normales, aun cuando sus caracteres se puedan distinguir de las producciones de
nuestra vida de vigilia. El sueño, como es de todos consabido, puede ser confuso, ininteligible,sin sentido alguno; llegado el caso, sus indicaciones contradicen todo nuestro saber de la
realidad, y nos comportamos como unos enfermos mentales pues, mientras soñamos,atribuimos a los contenidos del sueño una realidad objetiva.Echamos a andar por el camino hacía el entendimiento («interpretación») del sueño si suponemos que aquello por nosotros recordado como sueño tras el despertar no es el proceso onírico efectivo y real, sino sólo una fachada tras la cual el sueño se oculta. Es nuestro distingo
entre un contenido manifiesto del sueño y los pensamientos oníricos latentes. Y llamamos trabajo del sueño al proceso que de los segundos hace surgir el primero. El estudio del trabajo
del sueño nos enseña, mediante un destacado ejemplo, cómo un material inconciente, un material originario y reprimido, se impone al yo, deviene preconciente y en virtud de la revuelta
del yo experimenta las alteraciones que conocemos como desfiguración onírica. Ninguno de los caracteres del sueño deja de hallar esclarecimiento de esta manera.
Lo mejor es empezar comprobando que hay dos clases de ocasiones para la formación del sueño. O bien una moción pulsional de ordinario sofocada (un deseo inconciente) ha hallado
mientras uno duerme la intensidad que le permite hacerse valer en el interior del yo, o bien una aspiración que quedó pendiente de la vida de vigilia, una ilación de pensamiento preconciente
con todas las mociones conflictivas que de ella dependen, ha hallado en el dormir un refuerzopor un elemento inconciente. Vale decir, sueños desde el ello o desde el yo. El mecanismo de
la formación del sueño es para ambos casos el mismo, y también la condición dinámica es idéntica. El yo prueba su tardía génesis a partir del ello suspendiendo temporariamente sus funciones y permitiendo el regreso a un estado anterior. Esto acontece de la manera correcta cuando interrumpe sus vínculos con el mundo exterior y retira sus investiduras de los órganos de los sentidos. Uno puede decir, con derecho, que al nacer se ha engendrado una pulsión a regresar a la vida intrauterina abandonada, una pulsión de dormir. El dormir es un regreso tal al seno materno. Como el yo de la vigilia gobierna la motilidad, esta función está paralizada en el estado del dormir y, por eso, se vuelven superfluas buena parte de las inhibiciones que pesaban sobre el ello inconciente. De esta manera, el recogimiento o rebajamiento de esas
«contrainvestiduras» permite al ello una medida de libertad que ahora es inocua. Las pruebas de la participación del ello inconciente en la formación del sueño son abundantes
y de fuerza demostrativa. a) La memoria del sueño es mucho más amplia que la del estado de vigilia. El sueño trae recuerdos que el soñante ha olvidado y le eran inasequibles en la vigilia.
b) El sueño usa sin restricción alguna unos símbolos lingüísticos cuyo significado el soñante la mayoría de las veces desconoce. Empero, mediante nuestra experiencia podemos corroborar
su sentido. Es probable que provengan de fases anteriores del desarrollo del lenguaje. c) La memoria del sueño reproduce muy a menudo impresiones de la primera infancia del soñante, de las cuales podemos aseverar de manera precisa que no sólo han sido olvidadas, sino que devinieron inconcientes por obra de la represión. Sobre esto se basa la ayuda, indispensable
las más de las veces, que el sueño presta para reconstruir la primera infancia del soñante, cosa que nosotros intentamos en el tratamiento analítico de las neurosis. d) Además, el sueño
saca a la luz contenidos que no pueden provenir de la vida madura ni de la infancia olvidada del soñante. Nos vemos obligados a considerarlos parte de la herencia arcaica que el niño trae congénita al mundo, antes de cualquier experiencia propia, influido por el vivenciar de los antepasados. Y luego hallamos el pendant de ese material filogenético en las sagas más
antiguas de la humanidad y en las supervivencias de la costumbre. El sueño se erige así,respecto de la prehistoria humana, en una fuente no despreciable. Ahora bien, lo que vuelve al sueño tan inestimable para nuestra intelección es la circunstancia
de que el material inconciente trae consigo, cuando penetra en el yo, sus modalidades de trabajo. Esto quiere decir que los pensamientos preconcientes en los cuales halló su expresión
son tratados, en el curso del trabajo del sueño, como si fueran sectores inconcientes del ello; y, en el otro caso de formación del sueño, los pensamientos preconcientes que consiguieron un
refuerzo de la moción pulsional inconciente son degradados al estado inconciente. Sólo poreste camino averiguamos las leyes del decurso en el interior de lo inconciente, y aquello que
las distingue de las reglas, por nosotros consabidas, del pensar de vigilia. El trabajo del sueño es, pues, en lo esencial, un caso de elaboración inconciente de procesos de pensamiento
preconcientes. Para tomar un símil de la historia: Los conquistadores que penetran con violencia en un país no lo tratan según el derecho que ahí encuentran, sino de acuerdo con el
suyo propio. Sin embargo, el resultado del trabajo del sueño es inequívocamente un compromiso. En la desfiguración impuesta al material inconciente y en los intentos, harto a
menudo insuficientes, por dar al todo una forma todavía aceptable para el yo (elaboración secundaria), se discierne el influjo de la organización yoica aún no paralizada. Es, en nuestro
símil, la expresión de la resistencia que signen ofreciendo los sometidos.
Las leyes del decurso en lo inconciente que de este modo salen a la luz son asaz raras y bastan para explicar la mayor parte de lo que en el sueño nos parece ajeno. Hay, sobre todo,
una llamativa tendencia a la condensación, una inclinación a formar nuevas unidades con elementos que en el pensar de vigilia habríamos mantenido sin duda separados. A
consecuencia de ello, un único elemento del sueño manifiesto suele subrogar a todo un conjunto de pensamientos oníricos latentes como si fuera una alusión común a estos, y, en
general, la extensión del sueño manifiesto está extraordinariamente abreviada por comparación
al rico material del cual surgió. Otra propiedad del trabajo del sueño, no del todo independiente de la primera, es la presteza para el desplazamiento de intensidades psíquicas.
(investiduras) de un elemento sobre otro, de suerte que a menudo en el sueño manifiesto un elemento aparece como el más nítido y, por ello, como el más importante, pese a que en los
pensamientos oníricos era accesorio; y a la inversa, elementos esenciales de los pensamientos oníricos son subrogados en el sueño manifiesto sólo por unos indicios mínimos. Además, al
trabajo del sueño le bastan, las más de las veces, unas relaciones de comunidad harto ínfimas para sustituir un elemento por otro en todas las operaciones ulteriores. Bien se advierte cuánto
habrán de dificultar estos mecanismos de la condensación y el desplazamiento la interpretación del sueño y el descubrimiento de los vínculos entre sueño manifiesto y pensamientos oníricos latentes. De la prueba de estas dos tendencias a la condensación y el desplazamiento, nuestra teoría deduce que en el ello inconciente la energía se encuentra en un estado de movilidad más libre, y que al ello le importa, más que nada, la posibilidad de la descarga para cantidades de excitación; así, nuestra teoría emplea amba spropiedades para caracterizar el proceso primario atribuido al ello.
Por el estudio del trabajo del sueño hemos tomado noticia de muchas otras particularidades,tan asombrosas como importantes, de los procesos que ocurren en el interior de lo inconciente.
Aquí hemos de mencionar sólo algunas. Las reglas decisorias de la lógica no tienen validez alguna en lo inconciente; se puede decir que es el reino de la alógica. Aspiraciones de metas
contrapuestas coexisten lado a lado en lo inconciente sin mover a necesidad alguna de compensarlas. O bien no se influyen para nada entre si, o, si ello ocurre, no se produce ninguna decisión, sino un compromiso que se vuelve disparatado por incluir juntos unos elementos inconciliables. Con esto se relaciona que los opuestos no se separen, sino que sean tratados como idénticos, de suerte que en el sueño manifiesto cada elemento puede significar
también su contrario. Algunos lingüistas han discernido que en las lenguas más antiguas sucedía lo mismo, y opuestos como fuerte-débil, claro-oscuro, alto-profundo se expresaban originariamente por medio de una misma raíz, hasta que dos diversas modificaciones de la palabra primordial separaron entre sí ambos significados. Restos del doble sentido originario se conservarían en una lengua tan evolucionada como el latín, en el uso de «altus» («alto» y «profundo»), «sacer» («sagrado» e «impío»), etc.
En vista de la complicación y la multivocidad {Vieldeutigkeit; «indicación múltiple»} de los vínculos entre el sueño manifiesto y el contenido latente, que tras aquel yace, es desde luego
legítimo preguntar por el camino siguiendo el cual se consigue derivar lo uno de lo otro, y si para esto sólo dependemos de la suerte que tengamos en colegirlo, apoyándonos acaso en la
traducción de los símbolos que aparecen en el sueño manifiesto. Se está autorizado a informarlo siguiente: En la gran mayoría de los casos esa tarea admite solución satisfactoria, pero ello
sólo con ayuda de las asociaciones que el soñante mismo brinde para los elementos del contenido manifiesto. Cualquier otro procedimiento será arbitrario y no proporcionará seguridad
alguna. Pues bien, las asociaciones del soñante traen a la luz los eslabones intermedios que insertamos en las lagunas entre ambos [el contenido manifiesto y el latente] y con cuyo auxilio
restablecemos el contenido latente del sueño, podemos «interpretar» el sueño. No es asombroso que en ocasiones este trabajo de interpretación, contrapuesto al trabajo del sueño,
no alcance la certeza plena.Nos queda todavía por dar el esclarecimiento dinámico de la razón por la cual el yo durmiente
asume la tarea del trabajo del sueño. Por suerte, es fácil descubrirlo. Todo sueño en tren de formación eleva al yo, con el auxilio de lo inconciente, una demanda de satisfacer una pulsión,
si proviene del ello; de solucionar un conflicto, cancelar una duda, establecer un designio, si proviene de un resto de actividad preconciente en la vida de vigilia. Ahora bien, el yo durmiente
está acomodado para retener con firmeza el deseo de dormir, siente esa demanda como una perturbación y procura eliminarla. Y el yo lo consigue mediante un acto de aparente condescendencia, contraponiendo a la demanda, para cancelarla, un cumplimiento de deseo que es inofensivo bajo esas circunstancias. Esta sustitución de la demanda por un
cumplimiento de deseo constituye la operación esencial del trabajo del sueño. Quizá no huelgue ilustrar esto con tres ejemplos simples: un sueño de hambre, uno de comodidad y uno
de necesidad sexual. En el soñante, dormido, se anuncia una necesidad de comer, sueña con un soberbio banquete y sigue durmiendo. Desde luego, tenía la opción entre despertarse para
comer o continuar su dormir. Se decidió por esto último y satisfizo su hambre mediante . Al menos por un rato; si el hambre persiste, no tendrá más remedio que despertar. El otro caso: el soñante (es médico y} debe despertar a fin de encontrarse en la clínica a cierta hora. Pero sigue durmiendo y sueña que ya está ahí, es verdad que como paciente, y entonces no necesita abandonar su lecho. O bien por la noche se mueve en él la añoranza de gozar de
un objeto sexual prohibido, la esposa de un amigo. Sueña que mantiene comercio sexual, no con esa persona, ciertamente, pero sí con otra que lleva igual nombre, por más que esta le
resulta indiferente. O su revuelta se exterioriza en permanecer la amada en total anonimato. Desde luego que no todos los casos se presentan tan simples; en particular, en los sueños que
parten de restos diurnos no tramitados y no han hecho sino procurarse en el estado del dormir un refuerzo inconciente, suele no ser fácil poner en descubierto la fuerza pulsional inconciente
y su cumplimiento de deseo, pero es lícito suponer su presencia en todos los casos. La tesis de que el sueño es un cumplimiento de deseo será recibida con incredulidad si se recuerda
cuántos sueños poseen un contenido directamente penoso o aun hacen que el soñante despierte presa de angustia, para no hablar de los tantísimos sueños que carecen de un tono
de sentimiento definido. Pero la objeción del sueño de angustia no resiste al análisis. No se debe olvidar que el sueño es en todos los casos el resultado de un conflicto, una suerte de formación de compromiso. Lo que para el ello inconciente es una satisfacción puede ser para el yo, y por eso mismo, ocasión de angustia.
Según ande el trabajo del sueño, unas veces lo inconciente se habrá abierto paso mejor, y otras el yo se habrá defendido con más energía. Los sueños de angustia son casi siempre
aquellos cuyo contenido ha experimentado la desfiguración mínima. Si la demanda de lo inconciente se vuelve demasiado grande, a punto tal que el yo durmiente ya no sea capaz de
defenderse de ella con los medios de que dispone, este resignará el deseo de dormir y regresará a la vida despierta. Se dará razón de todas las experiencias diciendo que el sueño es
siempre un intento de eliminar la perturbación del dormir por medio de un cumplimiento de deseo; que es, por tanto, el guardián del dormir. Ese intento puede lograrse de manera más o
menos perfecta; también puede fracasar, y entonces el durmiente despierta, en apariencia por obra de ese mismo sueño. De igual modo, el valiente guardián nocturno cuya misión es velar
por el reposo de la pequeña ciudad no tiene más remedio, en ciertas circunstancias, que armar alboroto y despertar a los ciudadanos que duermen.
Para concluir estas elucidaciones, asentemos la comunicación que justificará el habernos demorado tanto en el problema de la interpretación de los sueños. Ha resultado que los mecanismos inconcientes que hemos discernido merced al estudio del trabajo del sueño, y que nos explicaron la formación de este, permiten también inteligir las enigmáticas formaciones de
síntoma en virtud de las cuales las neurosis y psicosis reclaman nuestro interés. Una coincidencia como esta no puede menos que despertar en nosotros grandes esperanzas..."





*Ilustraciones del fotógrafo surrealista belga Ben Gossens


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